Hay algo preocupante en las grandes decisiones de la vida. Es como si jugaras una carta peligrosa, como si pulsaras un detonador que derrumba por completo un túnel y te aboca a escarbar con las manos entre pedruscos y cantos hasta que consigues abrir otro. Hay algo en esas elecciones, que te deja con esa aura de nerviosismo y preocupación una buena temporada, te deja con la incertidumbre de si has cerrado del todo el túnel y, a veces, de si aquel túnel era la única salida y la acabas de clausurar para siempre.
Hay algo en esas decisiones y es uno de nuestros miedos más básicos, es el miedo del que están hechos los cimientos de la madurez, el miedo a la libertad. Porque la libertad son decisiones, es elegir y, lo que es peor, apechugar con lo que elijas. Y ése es el punto en el que tendemos a perder las agallas y escurrir el bulto, como si nuestra decisión fuera enteramente fruto de las circunstancias y no de nuestra conciencia interna.
Hay algo, y peor, en romper con alguien. Hay algo en ese momento que te dice: "no la volverás a ver". Y es mentira. Te la encontrarás en todas partes, por la calle, en la universidad, en el tren, en el metro, en tus sueños, de fiesta. Y pocas cosas hay más duras que conjugar el sentimiento interno de ruptura con el hecho de que la vida prosigue, y de que las vuestras ya no están vinculadas.
Hay algo en todas las cosas que no has dicho, en las que has dicho y de las que te arrepientes, en las que te dijeron y no olvidas, en aquel interminable cajón de ojalás, siempres y quizás. Hay algo que parece empujarte a sucumbir, a caer en una espiral de terror, a arrojarte a un mar de posibles escenarios en los que el único desenlace posible es tu soledad y tu inevitable ostracismo.
Hay algo en los océanos de sudor, saliva y lágrimas, algo que te empuja a recrearte en las viejas conversaciones, lugares y regalos que conservan ecos de un pasado en el que no te imaginabas como estás hoy. Hay algo que te fuerza a comparar aquel viaje de placer gobernado por un capitán borracho, inestable y frágil, con el bote solitario y recio que hoy capitaneas solo. Hay algo, también, que no se pone de acuerdo consigo mismo sobre si has perdido o has ganado.
Hay algo en el perder a una persona. Hay algo y es todo dolor. Pero el dolor se supera, ¿no?
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