Me pesa vivir bajo la alarma de los monstruos del piso de
abajo. Has de tener siempre presente que en el peor momento se escurren por las
tuberías, te hablan en sueños, se te enredan en la piel. Toda mi vida
conviviendo con ellos, confinándolos, sepultándolos en marismas de aparente
seguridad. Y sin embargo encuentran, a veces –raras, por suerte- la forma de
volver a someterte.
Tanta mente sana en cuerpo sano y la lengua y el corazón
siguen siendo músculos a entrenar. Sales de la zona de confort y todo lo que te
devuelve el mundo es una ventisca. Quién pudiera vivir dentro, evitar el roce,
el conflicto, vivir sin significado, sin consecuencia alguna, sin dejarse algo
por el camino.
Lástima que hayamos olvidado tras eones que la única forma
de evolucionar sigue siendo la misma. Eterno ensayo y error. Muriendo por el
camino, y renaciendo.
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