sábado, 25 de febrero de 2012




Encerrado entre cuatro paredes me asediaba una y otra vez el deseo imperecedero de hacer algo. Proyectos y más proyectos, algo que hacer, un cuenco donde ir a derramar mi potencial, un "estuve aquí" infinito, un regalo a la vida y a la suerte que a veces me abriga y a veces me destapa.
No supe llevar a buen puerto ninguno de los barcos, y como mal marinero no supe sino lamentarme. Perdí brújula y mapas sin ver que no era el mar el lugar donde había de ir a parar.

Y me lo pensé mejor. Algo se me tenía que dar bien, algo. Si no podía detener todo el mal, si no podía acabar nada, debía de haber un objetivo que pudiese llevar a cabo, culminar, bordar una tarea dejada a medias.
No sabía qué era, ni siquiera pude llegar a imaginarlo. No hasta que te vi como te veo ahora.

Mi vida ha sido un sinfín de laberintos engañosos y azares poco agradecidos. Rompecabezas a medio terminar, mesas cojas y sillas que se rompían al sentarse. Nunca supe encajar las piezas, pulir los engranajes, moldear bien la argamasa o atornillar bien las patas. Pero contigo fue distinto. Muy distinto. Contigo se me daba bien.
Se me dan bien tus sonrisas. Se me da bien mirarte y que me mires. Se me da bien tocarte, hacer que se te acelere la respiración y las pupilas se te dilaten, se me da bien abrazarte y darte calor cuando ni siquiera yo recuerdo lo que es estar caliente. Y me siento bien, y todo parece en orden por única vez.

Y es curioso, porque algo tan obvio lo he tenido delante no poco tiempo y no he sabido o no he podido verlo como debía haberlo visto desde el principio. Y con la claridad presente todo resulta mucho más nítido. Y ahora sé que tú eres mi proyecto. Tú eres la fuente de mi potencial y lo único que puede hacerlo aflorar. Eres más de lo que pareces y más de lo que ha sabido ver.

Y si fuiste distinta en todo también lo serás en esto. Porque a este proyecto no hay posibilidad de renuncia. Ni pasos atrás, ni rendición admisible. Sólo hay un deseo imposible de apagar de que no exista fin ni epílogo a este proyecto.
De que mis manos sigan esculpiéndote y tus ojos sigan pintándome.

viernes, 17 de febrero de 2012

Estar vivo cansa.

No puedo dejar de preguntarme y de estrangularme con la misma pregunta: ¿en qué momento empecé a ser así? ¿En qué momento mi vida se volvió tan aburrida, tan insípida, tan falta de sentido? ¿En qué momento empecé a quedarme en casa en lugar de salir, a vaguear en lugar de hacer las cosas que me gustan y me aportan orgullo, a quedarme solo en lugar de estar a tu lado?

Ni tan sólo sabría decir cuánto tiempo llevo sumido en esta repugnante monotonía, en esta espiral descendente de aburrimiento que me ahoga y me hace sentir totalmente impotente. ¿Cuándo os volvisteis aburridos y decidisteis dejar de hacer locuras, de volver a casa a las tantas, de beber hasta hartarnos, de buscar la diversión y los buenos ratos? ¿O siempre habéis sido así, y soy yo el ciego?

Siempre falla algo, siempre. Cada vez que parece que todo encaja, algún engranaje se suelta de la máquina y es imposible ponerlo en marcha. Eso con suerte; lo más común es que TODO deje de funcionar.

Y da igual gritar, da igual enfadarse, echarle las culpas a unos o a otros, que te recriminen que eres un rayado de la vida, un inconformista, un hipersensible, un pesado. Lo mismo da, porque nada va a cambiar. Ni tú vas a dejar de abandonarme cuando te necesite, ni vosotros me acompañaréis a emborracharme cuando desconectar sea lo único que quiera, ni vosotros vais a permitirme que me divierta, ni que sea como quiera ser, ni que haga lo que quiero hacer.

Sólo dejaréis que beba de este sentimiento, de esta impotencia, de esta sensación de inutilidad, hasta que muera.

Muchas gracias, hijos de puta.

sábado, 11 de febrero de 2012

dontforget

Tenemos una extraña tendencia a creernos invencibles. Cuando todo parece ir bien, cuando sientes el control sobre todo cuanto te rodea, cuando cada cosa parece encajar en el gran rompecabezas de la vida. Es como si la prudencia se convirtiera en un mero y prescindible accesorio, nada importante, nada que fuera a salvarte la vida en momentos de duda o peligro. Si nada puede dañarte, si no puedes morir, ¿para qué ser cuidadoso?

Os confesaré algo. Soy invencible. Sí, lo soy. Puedes destrozarme físicamente, y me curaré. Puedes machacar mi psique y mi autoestima, y seguiré en pie. Puedes dejarme solo, abandonado en mitad del invierno, y conseguiré salir de la ventisca. Porque sé que puedo con todo ello.

No es eso lo que me aterra. Me aterra quedarme cojo de por vida si me destrozas. Me aterra convertirme en un neurótico sin autoestima ni seguridad psicológica alguna. Me da pánico ser un solitario incapaz de confiar en quien me tienda la mano.
El proceso es temporal, finito, pasajero, pero las consecuencias pueden ser vitalicias. Es eso lo que no quiero ser. Soy consciente de cada tara que me marca, de cada palabra insultante que he dicho, de cada mala cara o gesto de desprecio que ha esbozado mi rostro, pero también soy consciente de que no quisiera arrastrar todo ello durante toda mi vida.

Quisiera llegar a ser mejor de lo que soy en un futuro. Llamadlo mi proyecto, mi iluso proyecto, que quizás llegue a buen puerto o quizás no. Pero es lo único en lo que puedo confiar a veces. Que la tormenta terminará. Que las nubes se irán. Que no me dejarás solo.

Seguidores