sábado, 28 de junio de 2014

fare thee well

Cierras la puerta del piso entre el aroma ocre y salvaje del sudor y el tobogán oscuro de tus ojeras.
Echas un último vistazo a la habitación, las historias espolvoreadas por las paredes, las hendiduras de las chinchetas que sujetaban la bandera te devuelven la mirada. El hueco de tu cuerpo canta desde una cama ya desnuda, todo madera. Una nana de despedida y la promesa del regreso.

Cargas un colchón a lo largo de un buen tramo de escaleras, chocando con los bordes, provocando un estrépito que ignoras. Estás agotado pero algo en tu interior bombea con fuerza. Sales por la puerta y el agresivo sol de mediodía te golpea desde lo alto mientras Benimaclet a tu alrededor te observa. Sabes que nunca existe el adiós sino el hasta luego. Crees en que hay cierta inercia que va a devolverte a tu lugar, que no es ningún otro sino éste. Con ellos, ellas y el aliento de Valencia en las mejillas. Con tantas cervezas, tanto humo, tanta risa y tan inmenso lo aprendido que parte de esta ciudad ya corre por tus venas. Los recuerdos se agolpan en tus sienes mientras entras en el coche. Dejas atrás la calle Murta. Atrás Benimaclet. Atrás el mirador que vigila sobre la universidad politécnica. Atrás la avenida Ramon Llull, Blasco Ibáñez, el barrio de Amistat.
Y mientras unes las piezas del puzzle que tus huellas han dejado en estas calles. Y es asombrosamente correcto y encaja a la perfección. Y dentro de ti prende algo, y una lágrima se desliza por tu mejilla. Nunca se te han dado bien las despedidas.

Y en tu mente sólo da vueltas la idea de que estos cuatro años sólo han sido el principio y de que nunca vas a olvidar que hay vida fuera del pueblo, de que un sofá puede ser tan bueno como una cama, de que caminando siempre se llega a alguna parte, de que los amigos son los mejores puentes y de que las únicas fronteras que existen están en tu cabeza.

So long, Valencia. Nos vemos muy pronto.

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