viernes, 26 de abril de 2013

De porras y bongos

Hoy hemos presenciado otro de los entrañables espectáculos que la España de hoy en día nos brinda. Durante toda la tarde, una gran cantidad de personas (¿centenares? ¿miles? se habla de 1500, pero esperemos a mañana para cifras más contrastadas) han aprovechado la convocatoria del 25A por parte de la Plataforma En Pie para "asediar" el Congreso, con la intención de rodearlo hasta que el gobierno dimitiese.

La iniciativa, convocada meses antes, se enfrentaba al rechazo frontal de PSOE, PP, UPyD y durante los últimos días hemos conocido también el rechazo de IU y el PCE. Dos días antes la calle que acoge al Congreso ya estaba blindada, a unos 300 metros de su entrada. Los asistentes se enfrentaban, entonces, a la oposición del sistema (que declaraba ilegal la convocatoria, como ya es costumbre) y a la presencia policial, que no acostumbra a dispensar un recibimiento grato que digamos. Cosa peliaguda.

Me dejo de rodeos. Todos sabíamos que esta convocatoria iba a quedar en agua de borrajas. La premisa siquiera de sitiar el congreso con pancartas y banderas (manteniéndonos a 300 metros de la puerta de un edificio vacío, por cierto) era ridícula. Se pretendía organizar guardias de 6-8 horas para pasar la noche, montar un quinceeme sin tiendas de campaña y de forma indefinida, bajo la cara de la policía y con el único objetivo de permanecer. Permanecer hasta (copio literalmente de la web de la plataforma) La caída del régimen (dimisión del gobierno, disolución de las Cortes y de la Jefatura del Estado), y la apertura de un proceso de transición hacia un nuevo modelo de organización política, económica y social, verdaderamente justo y solidario.


¿Qué?
Alguien podrá acusarme fácilmente de demagogo o simplista, pero ¿puede una manifestación (ya no una acampada) sin el más mínimo atisbo de violencia o resistencia activa forzar a un gobierno tozudo como el que tenemos a dimitir?

Lo dudo muchísimo. Creo que las manifestaciones que venimos viendo desde hace mucho, que apoyamos y a las que acudimos, son una consecuencia lógica del malestar popular y una sana y reivindicativa expresión del mismo, pero nada más.

Es más, una vez hubiéramos obligado a dimitir al gobierno, ¿cuál sería el siguiente paso? ¿Elecciones anticipadas? Las encuestas dan, por hoy, la victoria al PP de nuevo. Aun perdiendo la mayoría absoluta, la presencia demoledora de 296 escaños monopolizados por el bipartidismo limita y mucho nuestras expectativas.

Termino este tocho con mi conclusión respecto al tema: las manifestaciones han perdido todo poder. La expresión pública de un sentimiento, opinión o posición política ya no es efectiva como método de presión. Hemos de buscar nuevos métodos, escraches, resistencia activa, la ciudadanía debe ser creativa y activa, y, pese a no ser la solución correcta o moral, la violencia armada sigue ahí. Y si el objetivo es una revolución, no la habrá sin violencia, le pese a quien le pese. Cualquier otra medida tan sólo puede aspirar a cambios muy limitados.

Ojalá no hiciera falta la violencia. Pero viendo que estamos siendo virtualmente ignorados y apaleados y que los recortes no parece que vayan a detenerse (al menos hasta el final de la legislatura) está claro que necesitamos una tercera vía entre los bongos y los rifles. Algo que permita continuar la lucha obrera y ciudadana un paso más allá.

¡Salud!


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