domingo, 1 de febrero de 2015

chuckle for me

Enero vuela como un caballo de carreras.
Afuera hace un viento del copón, sopla como si el organillo del cielo hubiese estado siglos sin cenar y Dios, que es de hacer las cosas tarde y mal, se dispone a recuperar las horas perdidas de faena.
Faenamos nosotros abajo, arrimando al muelle de los días los peces capturados, amasando un salario con sangre y barro bajo las uñas. El músculo tenso te pide al final de la semana su dosis de toxicidad, y tú se la das con placer.

No me acostumbro a que la vida siga siendo el mismo tren que se estrella contra su propio vagón de cola. Tendía a temer al cambio, pero joder, al viejo se lo echa de menos. Buscas profundidad en conversaciones tan profundas como el charco que dejó la lluvia corta e irresponsable del viernes, y no. Lanza tu anzuelo, dime si captas algo entre las ondas de saliva malgastada.

Acallar el silencio con algo. Sí. Morderle el cuello y el alma contra una pared mientras te liberan de tu ropa. Sí. Una risa que dure horas, hasta que la mandíbula me dé calambres. Sí. Una vida nueva, y libre y sucia que aspire a lo infinito, a llevarse los días a bocados en lugar de roer las horas que sólo quieres que pasen. Sí, y una casa en un barrio obrero, y perros en los parques y porros en la cama y edificios que se caen a pedazos cuando la música ruge. Y una guitarra, solitaria sobre las sirenas de la gran ciudad.
Y unas líneas, escritas con pulso indeciso en un pedazo de papel manchado de vino.
Volver, sólo volver.

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