miércoles, 23 de mayo de 2012

267.

No vivo sólo del aire. No, la verdad es que no. A decir verdad, necesito poco para vivir. Me tapo con una fachada de complejo, cubro con una cortina de engranajes las dos ruedas que me mueven. Voy de mágico, de chulapo, raro, bésame y no me toques. Y de eso vivo. De ser la máscara, de alimentarla. Quizás porque mi cara nunca me ha gustado, siempre he visto unos labios demasiado gruesos, una nariz demasiada redonda, unas mejillas demasiado abultadas, un pelo extraño, áspero, indomable y feo. Aunque me quitaran el pan y el agua, susurré, no me quitéis la máscara. Porque no os gustará lo que veréis.

Hubo alguien que sí me vio. Y no sólo una vez. De hecho, me ha visto varias, lo sigue haciendo, y anhelo que vuelva a hacerlo. Quizás porque es la única persona con la cual no sólo me da miedo vivir sin máscara, sino que corro deprisa a quitármela.

Entraste aquí una vez. A este cuarto. El piso vacío, libre, silencioso. La cama hecha, el escritorio dejado tal cual me había ido la semana anterior. Dejé en la mesa el macuto que había cargado en el tren.
Libres. Solos.

Reaccionaste rápido. Apenas pude pestañear antes de que empezaras a comerme la boca. Te contesté, te besé mientras te agarraba la cintura y te atraía hacia mí. Un lengüetazo atravesó una línea en el proceso. Mis manos volaban sobre tu piel. Pasé a más. Deslicé casi sin que te dieras cuenta la boca a tu cuello, besé, chupé, describí con el labio la curva de tu hombro. Sabíamos lo que buscábamos.

Lo primero en caer fue tu camiseta, mientras otra cosa se levantaba rápidamente. Me maravillé. Te comí la boca incluso con más ganas. Las tuyas me empujaron a quitarme la ropa. Fueron tus manos las que se lanzaron a mi pantalón.

Antes de que me diera cuenta ya te había lanzado sobre la cama, nos apretábamos. Besé tu cuello. Descendí. Comí de tus tetas, aparté el sujetador, deteniéndome en cada una de ellas, mientras se te aceleraba la respiración, bajé, besé el ombligo, tanteé la parte superior de tus bragas. Seguí besando por encima de ellas, sintiéndote justo como quería.
Te las quité. Poco a poco. Poco a poco fui viendo, y me gustó lo que vi. Besé. Chupé. Jugué con la lengua, noté el calor y adoré sentirte. Adoré cogerte de las piernas y devorarte a conciencia. Adoré el orgasmo que te ascendió por la espalda, y adoré oírte.

Adoré bajarme los pantalones. La sensación de entrar, un beso apasionado, juntos, inseparables. Ardiendo unidos. De salir y volver a embestir, suave pero firme, rápido pero con ritmo. Un orgasmo que detuvo el tiempo y durante el cual en el mundo sólo estuvimos nosotros dos. Seguir, seguir un poco más, ascender, que nos temblaran las piernas. Correrme. Morir y resucitar en la sensación, en tu cuerpo, en ti.

Me maravillé con la desnudez, y alguien me dijo a la oreja que nos quedáramos así. Un rato más.

La máscara se quedó en el cajón. Y allí se queda, cada vez que vuelves.


miércoles, 16 de mayo de 2012

Somos esclavos atados por cadenas invisibles. Cadenas que nosotros mismos creamos y forjamos día a día, con eslabones tan resistentes como el metal más duro conocido. Y una vez nos movemos un poco en el cubil nos damos cuenta de que estamos atrapados. De que la libertad pasa a ser una cruel fábula.
Muchas veces llevamos una de las peores cadenas en nuestras propias muñecas, cadenas con manecillas o números digitales, un torrente de tictacs que portamos con nosotros. El tiempo es la peor cadena.

Algunos no podemos dejar de suscribir el viejo dicho de que el tiempo es oro. De que se escurre por el orificio de la clepsidra como granos de arena, de que cada minuto más es un minuto menos y que ello convierte los momentos en únicos, sí, pero también en irrecuperables.

Hay simplemente demasiado que hacer. Vivimos atenazados por trabajos, estudios, salud, mentiras y tonterías sin pensar que el final se acerca. Quizás en ochenta años, quizás mañana. Sólo el azar lo sabe, y probablemente no lo tenga del todo claro.

Sudamos sangre por encontrar el momento adecuado, por aprovecharlo, esperamos a que llegue, perdemos tiempo, tiempo que nunca ganaremos otra vez. Una y otra cadena nos ata al suelo.

Sólo podemos ser juiciosos, aprender y no errar los tiros. Y si los erramos, no fallar por segunda vez. Porque la gente perdona, pero el tiempo no lo hará. Suerte.

martes, 8 de mayo de 2012

Delirio.



Imagina que de repente todo desaparece. Imagina que cada pared, cada puerta, cada ventana, cada cosa a tu alrededor, todo lo que tocas, sientes, ves, hueles, se hace añicos y despiertas en una nada absoluta. Imagina que todo pasa a ser relativo, no imperceptible pero sí innecesario, fútil, vano y despreciable. Imagina que todo aquello que creías verdad deja de serlo, imagina perder ese miedo que te ha atenazado toda la vida en cadenas de ébano y te ha quemado la piel por dentro. Imagina algo nuevo, libre, imagínate, más fuerte que nunca, despojado de todo, imagínate loco, chalado, desnudo de cualquier rastro de humanidad, imagínate en una nada sin fin, sin laberintos, sin rocas, sin trampas ni faroles. Imagina que vieras todos los engaños, imagínate pieles y corazones imposibles de herir.


Imagina una vida sin muerte, imagina que la moneda dejara de tener dos caras. Imagínate un mundo tan relativo que pasa a ser completamente absoluto, polar, abandona el negro, sólo existe un blanco cegador.
Imagínate. Hermoso, por fin. Libre, por fin. Solo, por fin. Tú, por fin, solamente tú. En la nada.

sábado, 5 de mayo de 2012

Agente doble.

Tengo dos caras. La de la ira y la del amor. Dos caras llevo siempre puestas, y por ello me reconoceréis. La cara de la calma, la pereza, tumbarse y que el tiempo pase mientras me mantengo al margen. La cara de la prisa, la del maníaco, el estrés, las obsesiones, los hilos de hierro que atan todo aquello que toco.
La cara del amor, de esos besos que poco a poco quedan atrás, de las caricias, de la sonrisa estúpida dibujada en mi cara. La cara de la ira, el ceño fruncido, las miradas que carbonizan montañas, la rabia, la impotencia.
La cara de la compañía, sentirme parte de algo, la gente, su calor, el afecto, el entrechocar de las jarras de cerveza, la risa en el nacer de la garganta, siempre a punto de salir, el abrazo de amigo, el "esto hay que repetirlo"; la cara de la soledad, de sentirme el agujero del culo del mundo, de la desolación y el hundirse lentamente sin manos cercanas a las que agarrarse, de sentir que vas en contra de ti mismo estando solo y ese mero hecho sea más de lo que puedes soportar.

Las dos caras, la moneda que gira y cae a cara o cruz en una apuesta a todo o nada, la dualidad inherente a mí, las dos partes de mi alma resquebrajada y usada por demasiado tiempo. La tragicomedia dual que no tiene telón de principio ni de final. Y nunca lo tendrá.
El sol da paso a la luna, comienza la noche, la cara luminosa desaparece y aparece la oscura.

Bienvenidos al baile de máscaras.

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