viernes, 28 de febrero de 2014

28

Febrero perece,
arrojado a un foso de pestañas,
ahogándose entre un quizá y un puede,
ciego tras las legañas.

Muere con lentitud, tal desamparo,
que por muchos abrigos que se ponga
no consigue disipar
diez capas de doloroso hielo.

Y entre dos trenes,
tres libros,
y cinco ginebras,
cierra los ojos y parte.

Solitario,
sonoro,
frío.


lunes, 17 de febrero de 2014

c'est la vie

Vivir es el más fino de los artes. La quintaesencia de los propósitos. Vivir es lo que da base, preguntas, respuestas y forma a nuestra misma existencia. El acto mismo de vivir en sí es casi un acto de rebeldía en la mayoría de las situaciones. Un grito de guerra, un motín contra la violencia que somete cada ápice del día a día y nos quiere sumisos bajo un manto de cadenas, atados a un sinfín de apatías, miedos, inseguridades, titubeos y depresiones diversas. Y estaréis de acuerdo conmigo en que ello no es vivir. 

Y sin embargo no podríamos vivir sin esas pequeñas heridas. No podríamos vivir sin el dolor, sin una opresión implícita y constante que derive de la vida misma. No habría razón en continuar la batalla si no hay terreno que ganar. Por eso la vida es un eterno perder, porque nunca ganamos del todo, y a la vez una eterna victoria, porque cada palmo de tierra en el que clavamos nuestra bandera es una gota de triunfo en las papilas. 

Llegarán las horas bajas en las que te canses de luchar. Veces en que la ira, el orgullo, la ferocidad no sean gasolina suficiente para un motor cada vez más viejo y deteriorado. Veces en que un velo de derrota caiga, eterno y lleno de sorna, cubriendo tus facciones y empapando tu mirada de una bruma gris. Y te fallarán las rodillas y súbitamente parecerá que no queda ya nada por lo que ir a la guerra, porque todo está perdido, porque ninguna fuerza es suficiente.

Y sin embargo ahí queda, ahí queda esa pequeña brasa, ese fulgor diminuto que se resiste a apagarse. Ese pequeño estallido que da vigor a nuestra caldera. Ese calor interno que sube desde el vientre y toma tierra detrás de los ojos, iluminándolos como pavesas humeantes, en un ciclo infinito de vapor que nutre nuestra maquinaria y alienta nuestro tesón. 

Porque siempre quedan problemas y obstáculos, pero siempre queda un gramo de músculo en los brazos para empujarlos hacia atrás.
Para batallar desde el primero hasta el último día de vida.
Para ser temerario, orgulloso, impávido, nunca invicto pero siempre inexorable.
Y esa voluntad de vivir en todo su significado, ese brío de la mente y claridad de la mirada, ese grito interno, esa rabia enfocada, esa marea de ambición, todos y cada uno de los actos de valentía que permiten que la vida siga y cada día brille más, también son arte en su máximo exponente. Y también lo eres tú. 

domingo, 9 de febrero de 2014

Escribo.

Somos historias entrelazadas. Lo tengo muy presente. Cada uno de nosotros es fruto de los azares, de las circunstancias, de cada experiencia que ha hecho más o menos mella en nuestro ser y en nuestro psique, y en esencia de cada nueva palabra que sumamos a nuestra historia. Estamos hechas de ellas y puedes verlo en cada vagón de metro, cada tren, cada estación, cada acera, en los pasillos de una facultad, de un hospital, en los ojos de un padre que lleva al colegio a un niño que apenas levanta dos palmos del suelo, en ese hombre viejo que deambula por Ciutat Vella a las nueve de la mañana. Podrías dedicar una vida a hilar los episodios que conducen a cada uno de nuestros presentes, a desgranar las miradas que cruzas y no cruzas con extraños -y no tan extraños-, a contar los pesares que guarda aquella chica en sus ojeras, a leer penurias y carcajadas en los suspiros que profiere tu tutor, tu compañero de clase, tu amigo, cuando se sienta cerca de ti a primeras horas de la mañana.

Hay algo maravilloso en las historias, en tener algo que contar, en aquello que parecería relevante contar e ilustrar con palabras o incluso en aquellos hechos estúpidos y efímeros que intentas coger al vuelo mientras se evaporan, pero consiguen dejar una traza de emoción en ti. Y hay quien invertiría una eternidad en registrar esas historias, desde la más pasajera e insignificante hasta las historias de vida y muerte, de la ficción más absoluta y demencial a la realidad más cruda y directa. Y no por ello serían menos bellas unas que otras.

Creo que escribo por eso. Porque me gustan las historias. Porque me gusta leer la vida como un libro abierto y quizá, muchas veces, tachar una línea y reescribirla a mi manera. Porque creo en que algunas palabras, algunos matices, un simple párrafo que dé una vuelta de tuerca a mi vida pueden ser determinantes a la par que hermosos. Y puede que no sea especialmente bueno escribiendo las historias de quien no conozco, o de quien no existe,
pero disfruto especialmente escribiendo mi propia historia.

Y podría dedicar mi vida a ello.

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