domingo, 18 de mayo de 2014

Por un gritón de noches.

Hay un calendario colgado en la pared, y los días tachados marcan la distancia.
Hay una madriguera excavada en el fondo de tu cama, y el vacío en ella clama al cielo.
Hay un recuerdo de la última vez que te quejaste al dormir acompañado. Demasiado calor, demasiado incómodo.

Hay una odisea helénica tras cada uno de los suspiros que envías de expedición y nunca vuelven. Una melodía funeraria por cómo me miras al entrar en el bar y lo poco que dura esa mirada. Y las ganas de huir se acrecentan cuando más observas a tu alrededor.

Hay civilizaciones que nacen jóvenes en tus ojeras y se derrumban en segundos. Una invasión bárbara en cada una de tus neuronas y alojada en el café, desde la primera hasta la quinta taza diaria. En ese temblor al derramar el azúcar, dices, hay un quejido de las emociones que se desgarran dentro de ti, monótonamente, como una caricia de despedida.

Hay un halago monocorde al que no sabes contestar y llamadas anónimas que cuelgan demasiado pronto. Una indecisión flotante tras el murmullo de los tictacs, la falta de tiempo, los nervios, las fechas, los años que no cumples, los aniversarios que nunca borrarás, el calor que se alojaba en tu cama, aquel al que tanto odiabas, y que ahora que lo esperas no piensa volver.

lunes, 12 de mayo de 2014

Transporto fantasías. El tipo de fantasías que te llegan un domingo por la mañana. El tipo de deseos que te arrugan las sábanas y te vuelven los calcetines del revés. Llevo en una bolsa cada uno de los impulsos lascivos que contienen los suspiros al ir por la calle. En una botella, cada ápice de interés en las miradas de soslayo en la biblioteca. He rascado con las uñas el poso de ganas que se secaron en el fondo de las cervezas del sábado noche.

Tengo todas las ganas construyendo un imperio en la parte baja del vientre, creando escaleras hacia torres del morder y el besar. Tengo una novela a medio escribir entre tus piernas y un capítulo que ansío empezar.

No sé si va a ser el calor, pero me muero por follarte.

sábado, 3 de mayo de 2014

El pasadizo trazaba una línea de luz entre la oscuridad, y el prisionero se hallaba al fondo.

El eco de los pasos resonaba a lo largo y ancho del pasadizo, mohoso y húmedo. Las suelas de los zapatos despedían un sonido que,  rebotando contra las paredes del estrecho pasaje, casi hacían vibrar las rejas tras las cuales languidecía el prisionero. Los pasos, cada vez más próximos, rompiendo como un cuchillo el silencio de la celda.

El prisionero levantó la mirada lentamente.  Contra la luz intensa del final del pasadizo se recortaba una silueta oscura, de uniforme, los rasgos ocultos en la sombra.
-Ha sido difícil –murmuró como saludo el interrogador, manteniéndose erguido en el sitio.
El prisionero despegó los labios con algo de esfuerzo, movió la lengua dentro de la boca seca.
-No tendría sentido que fuese fácil.
El interrogador no contestó. En lugar de ello, buscó algo con la mirada a su alrededor. Dio un respingo afirmativo y se acercó a un rincón, llevándose consigo una silla de madera. La puso justo enfrente de la puerta de la celda y se sentó. Carraspeó.
El prisionero permaneció en la misma postura, sentado en su catre. Observó con cuidado los rasgos del interrogador. En su voz algo le sonaba familiar.
-No tienes ni idea de las ganas que tenía de verte al otro lado de las rejas.
Reconoció finalmente la voz. Aquel tono, aquel gruñido seco al final de las frases. Esbozó una media sonrisa.
-Me lo puedo imaginar.
-Oh, no, no puedes.

El interrogador sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo del pantalón. Sacó uno y se quedó mirando al prisionero.
-¿Quieres uno? Después de todo estás entre barrotes. No creo que tengas el lujo de echar un pitillo a menudo.
Sin mediar palabra sacó la mano entre los barrotes y escogió el cigarrillo que asomaba de la cajetilla que le ofrecía el interrogador. Éste prendió el suyo con un mechero y aspiró, exhalando a continuación una nube de humo que quedó firmemente asida al ambiente opresivo de la estancia. Prendió también el cigarrillo del prisionero, quién echó una calada y se retiró de nuevo a su catre.

-¿Sabes cómo te llama la prensa?
-No acostumbro a leer vuestra prensa.
-Antimago. Te llaman Antimago. Es bastante rimbombante. E incorrecto. Tus habilidades no són exactamente ésas, pero bueno, no se le puede pedir más al periodismo amarillista.
El antimago rió por lo bajo, repasando aquel nombre en su cabeza. Había tenido peores.
-¿A qué ha venido?
El interrogador fumó y exhaló otra bocanada hacia el interior de la celda. El humo se estrelló contra los barrotes, formando figuras obtusas en la oscuridad.
-No tenemos por qué ser tus enemigos.
-Mentira. Lo sois, lo habéis sido y lo seguiréis siendo. Yo deshago lo que vosotros hacéis. Deconstruyo lo que vosotros construís. Eso es lo que soy. Mi naturaleza es opuesta a la vuestra.
-La naturaleza de un hombre es lo que el hombre hace de ella.
-Un manco no dejará de ser un manco nunca.
-Pero un villano puede convertirse en un héroe.
El antimago rompió en carcajadas. La risa seca y desagradable del prisionero atravesó el pasadizo y chocó contra las paredes revestidas de cal, reverberando durante unos instantes.
-Ése es vuestro problema. Creéis que sólo hay una óptica, una perspectiva, una forma de ver las cosas. ¿Un villano? Mírate. Mira a quienes dan las órdenes sobre los que te rodean. Mira al eslabón de mando al que obedeces. Mira qué han hecho, desde hace décadas hasta ahora, y lo que siguen haciendo. Yo no lo he olvidado y los que me siguen tampoco lo han hecho.
El interrogador miró fijamente a su prisionero.
-Conque me hablas de perspectiva. Dejemos las perspectivas, hablemos de hechos. Tu organización está descabezada. Eso es un hecho por sí mismo. ¿Cuánto crees que durarán sin mando alguno? ¿Crees que van a sacarte de esa celda? Eso no ocurrirá, Antimago. Te tenemos cogido por los huevos y podemos hacer tortilla a voluntad. Harías bien en recordarlo.
El antimago terminó el cigarrillo y lo arrojó al suelo del pasadizo. Se irguió, desafiante.
-Entonces, ¿por qué no me matas? Abre la celda. Méteme dos balas en el entrecejo. O, mejor, usa tus puños. Ni siquiera voy a pedir que uses tu poder. Sólo has de destrozarme el cráneo. ¿Tan difícil es?

El interrogador guardó silencio.

-No estoy muerto porque esto aún no ha terminado. Lo sé yo, lo sabes tú.
-Aún no, antimago –dijo el interrogador, levantándose de la silla- pero pronto terminará. Pronto terminará todo. Y veré la expresión de tu cara cuando eso ocurra. Veremos qué carcajadas llenan estos pasillos entonces.
El cigarrillo del interrogador voló a través del aire, atravesando los barrotes y cayendo al suelo de hormigón de la celda. La colilla siguió ardiendo unos segundos, hasta que se ahogó y se apagó.


Seguidores