lunes, 26 de enero de 2015

claroscuro

Hay ya una miríada de noches sin marcar perdidas en un laberinto de gotas de licor. Cuento y cuento y pierdo la cuenta de las oportunidades que he dejado pasar y no sé a quién combatir. Sigo teniendo enemigos y la mayoría están dentro. Y cada copa es un último intento de ahogarlos.

Las voces se elevan y pierdo la cuenta de los días sin meta, de las veces que el sol se pone sin propósito. ¿Qué somos sin razón de ser? Cometas arrastrados por la brisa que acaban varados en una playa mientras el oleaje los arrastra a lametones mar adentro.

Hay cuatro paredes siempre a mi alrededor y ya no sé si su seguridad me estrangula o no. Depende de los días. Depende de la migraña, el humor, las ventas, la política, la charlatanería de muchos y la gentileza de unos pocos. A veces depende de si me guía la sonrisa o la mueca de repugnancia.

Somos monedas lanzadas por apuestas que siempre perdemos, y sabes, hubo un tiempo en que creía que podía ganar. Y ahora quizá pueda aún. Aunque creo que he dejado de saberlo.

Ya no hay dientes como los tuyos que se hinquen en mi cuello y me quiten la sangre para devolverme la claridad. Ya no hay sonrisas amigas en los bares y las miradas me esquivan. Mi pelo crece porque quiere que lo corte otra vez y así sentir algo. La vida sigue por mera inercia de reloj, y el tachar días del calendario es un ritual.

Me falta un mundo por conquistar pero la puerta siempre está cerrada. Y la cerradura es jodida, es una durísima hija de puta y el reto a veces me cansa tanto que repantigarse contra la pared parece la única opción lógica. Y tal vez el tiempo y la erosión y la mordedura de la herrumbre terminen por hacerla ceder. Puede que por entonces mis huesos se levanten y echen a caminar.

O podría echar a caminar ahora. Y aquí. A través del techo y a puñetazos contra las nubes.

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