jueves, 26 de diciembre de 2013

Sucede a veces, sólo a veces. Es algo complicado de controlar. Es como un relámpago, un destello rápido que cruza por tu mente. Es delicado y sutil y sin embargo a veces sientes como si un tren de cercanías te atravesara de oreja a oreja. Suelen ser imágenes, fotografías varias, un lugar concreto, unas líneas escritas con boli en un papel. Un corazón garabateado en la esquina de un tablón de corcho.

Aunque cada vez suceda menos no puedes evitar sentirlo con más intensidad. En días lluviosos. En el fondo de las botellas y las chustas que terminas. En un conglomerado de luces navideñas. Atraviesa el silencio y te rompe un poquito por dentro. Casi abre una minúscula brecha en el hielo, cae una pequeña esquirla de violencia y soledad.

Sabes, he terminado con todo. He roto las postales. He guardado bajo llave los regalos. He borrado los mensajes, las fotos, las declaraciones incómodas. He dado de brochazos a esa puerta hasta dejarla casi fundida con la pared. Pero como sucede con la pintura fresca, no puedes evitar distinguir la diferencia. El borde un poco más blanco. El trazo más fresco y reciente.

Nunca nadie me ha envenenado tanto. Nunca me he dado una hostia tan grande, nunca apunté tan alto para nada. Nunca he tenido tantos proyectos y nunca me los han destrozado, pilar por pilar, piso a piso, tan meticulosa e impredeciblemente. Ni siquiera creo que te dieras cuenta. Ni siquiera creo que lo pienses así cuando te lamentas, si es que lo haces de verdad alguna vez. Dejé de pensar hace tiempo si era estupidez o maldad lo tuyo. Sigo sin saberlo.

Sé una cosa, y es que el tuyo es un veneno débil, como siempre has sido tú. Metiste los dientes bien hondo, pero no te ha servido de nada. Nunca dejé que me convirtieras en una colina donde clavar tu bandera. Nunca dejé de llevar el antídoto en el bolsillo. Siempre supe que esto terminaría así, de esta forma, aunque no lo dijera.

He derribado el puente. He borrado todo rastro de ti. Cada vez queda un poco menos de ti en mi cuerpo. Pronto no quedará nada. Ni siquiera la pintura fresca podrá revelar que pasaste por aquí. No habrá rastro de tu nombre en mi lengua.

Y puestos a envenenarnos, tengo algo bien claro: no hay veneno peor que el mío.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Eres de hierro.

Me lo repito constantemente.
Cada tarde de domingo nublada. A cada parada de metro. A cada escalón, maleta de veinte quilos en mano.

Me lo repito cada vez que me arden los músculos al correr. Cuando siento que estoy en baja forma y siento el sabor de la bilis al principio de la garganta. Cada vez que siento la sudor corriendo por mi frente, mi espalda, mis brazos y necesito un poco más de fuerza, sólo un poco más.
Cada vez que estoy solo, sentado en una silla, leyendo, y fotos que no quisiera ver se cruzan en la pantalla. Me lo repito más alto que nunca. Eres de hierro. Nada de esto te afecta y nada de esto te importa. Eres lo suficientemente fuerte para poder con todo. Esto es sólo un trámite más.
Un proceso más.
Una palabra, una foto, una carta más a olvidar.
Un momento a lanzar a la basura.

Todo lo que intenta hacerte daño no llega a meterse debajo de tu piel. Rebota. Lo coges con la mano, lo aplastas y lo lanzas a la papelera. Porque eres de hierro.

Y quizá es demasiado hierro. Quizá es un veneno. Puede que por ello ya no me gusten los abrazos, puede que por ello niegue gran parte del afecto que me llega. Puede que por ello siempre haya una pústula de miedo entre los dedos que me empeño en ahogar, en cubrir, pero que con cada roce persiste y se extiende.
Puede que por ello tenga la sensación de que si en algún caso llegase a la intimidad con alguna persona no tendría forma ni ganas de quitarme el hierro de encima.

Pero cada vez que la soledad se vuelve opresiva y la necesidad de cometer un error crece, me da igual que sea veneno. Prefiero no sentir nada. Y me lo repito. Y me da fuerza para seguir, un poco más, unos días más. Hasta la siguiente vez que me cruce por la calle con quien no quiero cruzarme ni en esta vida ni en la otra.

Eres de hierro.

Nada te afecta.



martes, 17 de diciembre de 2013

Combustible para el cambio



Paso los fines de semana en casa de mis padres. Cada día un poco antes de la hora de comer a mi madre le gusta ponerse el típico programa televisivo de salsa rosa y marujeo, éstos que te dejan helado de entrada y aún más cuando te enteras de lo que cobran los personajes que copan los platós de este tipo.
Su excusa: me distrae, me ayuda a no pensar, a evadirme. Un par de veces, sin embargo, me contó la verdadera razón: ver programas de la misma franja horaria como las tertulias de Al Rojo Vivo y similares la ponen de mal humor.

No es difícil adivinar por qué. Estos últimos años están siendo, a nivel tanto político como económica y social, catastróficos. Un maldito desastre. No hay día que no lluevan noticias desesperanzadoras. El juicio de un político o banquero corrupto queda paralizado entre recurso y recurso. Cientos o miles de trabajadores a la calle, a engrosar listas del paro y colas del INEM que crecen y crecen ya no a simple vista sino en datos, cada vez que salen los datos de la EPA. Se convoca una manifestación, en Sol, en el Congreso, en una plaza, y al menor brote de violencia se pasa por la porra a todo aquel que mueva un pelo. Nos desmontan el sistema sanitario, cediendo funciones y dinero público al sector privado. Tres cuartos de lo mismo en la educación, esta vez con la enésima ley educativa que el PSOE volverá a cambiar cuando vuelva al poder. Si vuelve.

Y mientras seguimos arrojados en el barro, mientras veo cómo cada vez me va a ser más difícil encontrar trabajo cuando termine la carrera (si las becas siguen llegando y puedo pagar la matrícula), mientras un 21'6% de las familias españolas viven bajo el umbral de la pobreza, mientras el régimen compra material antidisturbios, camiones de agua, presenta leyes de 'Seguridad Ciudadana' reminiscentes del franquismo y junto a sus medios afines deslegitima e intenta ahogar la más ínfima señal de resistencia...

...ellos se siguen llenando los bolsillos.

No sólo Rajoy. No sólo Montoro. No sólo toda esa chusma que parece capitanear el barco que nos tiene a todos comiendo ratas en la bodega. Se llenan los bolsillos los almirantes de la banca, los generales de las finanzas, los mariscales de las grandes empresas y los monopolios. Los de siempre. Podemos rajar amplia y concienzudamente de la clase política, pero no siempre se les señala a ellos, los marionetistas en las sombras. No nos tienen miedo y cada vez tienen menos vergüenza. Y parece que sólo nos podemos joder y joder porque si el poder de los grandes partidos es grande, el del dinero es mayor. Parece que esto es así, y punto.

Y con el "esto es así" como máxima, damos pasos de gigante hacia atrás. Ya nadie cree en la intervención del pueblo en la política, mejor dicho, ya nadie lo ve posible. Ya nadie ve posible en un sindicato real y de trabajadores. Ya nadie cree que el sistema pueda cambiar, y de hecho hay quien cree que éste es el único sistema posible. Ya nadie ve posible en gobernar con el consentimiento de y al servicio del pueblo. Mueren personas como Mandela, que sí lo creían. Las generaciones que corrían delante de los grises ahora llevan 35 años trabajando y crían tripa y lumbago delante del televisor, desencantados, en paro. La mayoría de quienes lucharon en la Guerra Civil contra las tropas azuzadas por el capital que aún dirige el régimen ya son pasto de la vejez, o están en cunetas que no nos dejan exhumar.

Y nosotros somos una generación fruto de una comodidad que se revela como temporal y falsa, una sábana de terciopelo que cubre un asiento hecho mierda. Nunca hemos sido realmente prósperos, nunca hemos sido realmente libres. Ahora lo sabemos cuando todos los privilegios que nos caracterizaba como la gran cacareada "clase media" se esfuman de un plumazo. Nos alienan con un sistema educativo sesgado, parcial, domesticado, sin cultivo de sentido crítico, nos venden la democracia como mercado de opiniones y bienes en lugar de como circulación de justicia, conocimiento, cultura y dignidad humana. Y cuando sacamos la cabeza del rebaño para ver el precipicio al que el pastor nos conduce nos llevamos un garrotazo.

Quizá tenemos que levantar todos la cabeza. Todos, sin excepción. Quizá ya no es suficiente hacer sentadas, mover las manitas y luego irnos a casa a ver La Sexta. Quizá ya no vale entrar en Twitter y soltar "Mi más sincero apoyo al #14D, ¡sois grandes!" y saturar los trending topic. Lo hemos hecho todo y son pasitos de recién nacido. Y nosotros ya no somos niños.

No tengo una propuesta concreta. No voy a soltar aquí que cada uno coja un rifle y tomemos el Palacio de Invierno a hierro, sangre y fuego. No va a ocurrir aún. Puede que ocurra, cuando tú, que tienes internet, también te estés muriendo de hambre. Cuando el 21'6% suba al 50%. Hay que reconocer que por lo pronto se lo están buscando con bastantes ganas.

Tan sólo puedo decir desde mi ignorante posición que cambiemos el enfoque. Dejad de cambiar el canal porque os pone de mal humor. Abandonad esa pasividad descafeinada, ese buen humor fingido, tan caro. Dejad de evitar las manifestaciones, dejad de vomitar el "esto es así" ante cada mala noticia. Nunca hay suficiente información. Nunca hay suficientes argumentos a favor de cambiar las cosas. Nunca hay suficiente ira.

Nuestra generación os necesita cultos, os necesita educados, informados, preparados y ante todo bien cabreados. Porque todo esto ha de reventar algún día por un lado y por otro, y vamos a ser la punta de lanza que nuestros padres no pudieron ser cuando el dictador murió en su cama. No cedáis al hastío y al desánimo. Nunca perdáis la oportunidad de demostrar que en lo que a ellos respecta, somos el futuro y tenemos la razón. No dejéis que pasen, y no pasarán.

Manifestaciones en Turquía contra Tayyip Erdogan, 2013. 


sábado, 14 de diciembre de 2013

Otoño

Hay ironías bonitas. Pequeñas bromas que te gasta la vida y que en tu mente recompones como un rompecabezas hasta que dan sentido. Y en ese momento te ríes. Te ríes porque hay veces que no necesitas ni una sola palabra para reconocer la poesía que se esconde en los momentos, en las imágenes y en las personas.

El tren discurría como un gusano de metal y yo sólo veía colores. Amarillos, ocres, rojos, anaranjados, marrones. El otoño parece tender un telón de tonos ante nuestras propias narices. Le gusta arreglarse, que lo admiren, que le eches fotos. Tiene su propia belleza todo el desfile de hojas muertas que caen al suelo y se reencuentran con el seno que les dio vida. Tiene su propio sentido.

Tiene más sentido aún cuando las ves desde un tren que circula lento y pesado, con el sabor del alcohol pasado en la lengua. Con las pocas horas de sueño en los párpados y la mente espesa y lenta como una mosca atrapada en la miel. Tiene sentido porque quizá yo sólo sea una de esas hojas. Quizá mi papel sea caer, lentamente, meciéndome en la cuna del viento, y sólo podrirme, con paciencia, con esmero, hasta que sólo sea materia prima que el árbol vuelve a absorber y escupe en forma de nuevas hojas. Quizá sea ése el único sentido que puedo encontrarle a la vida, el circular. Caer, pudrirte, reconstruirte. Como una noria torpe y herrumbrosa que sin embargo gira, y gira, porque para ello fue creada.

Puede que la vida sólo sirva para esto, para advertir el ciclo infinito que nos ata y vanagloriarnos en su crueldad y belleza. Y si no sirve para ello, quizá no sirva para nada.

Pero sé que podría acostumbrarme a esto. A la épica de la construcción y deconstrucción. Crear mis pequeños imperios a base de castillos de naipes y dar un respingo cuando se derrumban. Y luego crear un imperio nuevo, distinto, con nuevas avenidas donde hubieron catedrales y una plaza grande donde la gente va a beber y a darse el lote. Y podría seguir divagando mientras bebo y seguir buscándole sentido a todo.

Podría seguir cogiendo el tren en otoño. Eternamente.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Disertación.

Llama Diciembre a la puerta y, como en tantos otros momentos -momentos de duda, distensión, tensión absoluta o momentos sueltos, de aquellos que puedes obtener en cualquier momento- echas la vista atrás. En el segundo año de mi carrera una profesora nos soltaba un tedioso coñazo sobre la forma en que la gente reorganiza sus vivencias en su memoria, y de la arcilla de todos aquellos momentos crea un todo, una larga lámina, o más bien un tapiz, donde se entrecruzan miles de personas, momentos, sentimientos.

Francamente, en aquel momento me resbaló. Muy magufo todo, demasiado inconcreto. Pero años después encuentro que no le faltaba razón en absoluto. Ahora mismo veo mi año pasado con unos ojos completamente distintos, y puedo verlo como un todo por fin, ahora que se acerca su final.

Y sí, ha sido un año de mierda. Ha sido quizá el año en que más indefenso me he sentido en toda mi vida. Se siente en el alma como una sucesión de martillazos, a cada cual con más puntería, que te parten las costillas como palillos chinos, fracturándolas y perforando tus pulmones con sus astillas. Una lista de desengaños, ya no en el amor, sobre el que no me han faltado temas para escribir largo y tendido sobre lo repugnante que puede llegar a ser una relación con alguien que no vale la pena, sino en todo.

Escribiendo claro y raso, hace exactamente medio año no sólo estaba recién soltero -yuju- sino que enfrentaba la perspectiva de que quizá no podría cursar cuarto de carrera, porque iba a tener dos asignaturas suspendidas. Ello equivalía a la ausencia de beca. Y la ausencia de beca equivalía a dejar mi único proyecto serio en la vida partido y enterrado, como las carabelas españolas en el fondo del Atlántico.

Hay distintas formas de enfrentar estas situaciones. Unos entran en pánico y se paralizan, otros resoplan y lo dejan correr por pereza y porque el barco se va a hundir igual, y otros tiran de uñas y dientes y lo defienden todo hasta el último aliento. Normalmente soy de los segundos. Y si ha habido sorpresas este año, una de ellas es que ahora sé que puedo ser de los últimos.

Se me quedó una, sí. Pero conseguí atajar la otra asignatura, gracias también a la suerte y a una profesora que tiene un valor humano mayor del que yo le atribuía. Y tras ello, el verano. Dos meses en los que perdí míseramente el tiempo intentando recuperar algo que había perdido y que estaba mejor perdido. No disfruté nada de ello. Y me arrepiento.

Volvió el curso y volvió Valencia, con gente completamente distinta, nuevas compañías y muchas barreras que superar. Valencia siempre me ha ayudado a escapar de los problemas, quizá no Valencia, sino la forma en que la veo: un refugio para mi independencia, mi capacidad de evolucionar, y un reto para mi inteligencia y mi coraje.

No sé muy bien qué lo hizo, quizá fueron un par de buenos momentos, quizá un par de líos tontos, quizá las risas, pero he conseguido reconstruirme. Llegué en Septiembre siendo un esqueleto, un fantasma, sembrado de dudas, de miedos, sin ninguna fuerza ni orgullo. Y sin saber muy bien por qué, soy como querría haber sido hace unos años. Ojalá pudiera sentirme siempre así, seguro y asentado como la roca. Firme y pulido como el acero de forja. Hasta me he tomado el lujo de ser cruel, unas pocas veces, y en su buena medida una crueldad afilada en el punto correcto sienta de maravilla. No siempre vamos a ser unos buenazos.
Incluso con un par de lorzas bien aseguradas, siento que puedo permitirme cierta vanidad. Y cierto -gran- orgullo. Porque no todos los años se supera la mierda como la he superado en éste y además se sale reforzado.

Y éste ha sido mi 2013. Y quien no quiera leerse este coñazo bien puede hacer otra cosa. <3

jueves, 28 de noviembre de 2013

Valiente

Vivía en una ciudad de hormigón y caminos entrelazados. Una ciudad de luces rojas y basura pavimentada. Cada paso, cada encrucijada, parecía por momentos cada vez más complicada que la anterior. Un rompecabezas especialmente diseñado para crujirte el corazón por dentro, para que cada regreso supiera a menos, cada palabra hiriera más y cada hora de sueño invitara menos a soñar.

Nunca entendió por qué tanto silencio. Por qué todo parecía vivir y removerse bajo un manto gris, un filtro de tristeza y de emociones encontradas. Nunca entendió por qué la paz parecía algo tan lejano como tomar el sol de noche.

Y, sabéis, quizá sólo necesitaba dejar de moverse en círculos, quizá debía dejar de cruzar las mismas calles, quizá debía hablar más y mejor, reír más y mejor, olvidar más y mejor. Quizá sólo debía correr hacia un precipicio nuevo, darle la espalda al precipicio viejo en el que tantas veces se había despellejado y herido. Quizá sólo debía arrancarse el rompecabezas del alma, lanzarlo al infierno, echarse agua fría a la cara y un buen chorro de vino al vaso.

Quizá sólo debía ser un poco valiente. Sólo un poco.

domingo, 10 de noviembre de 2013

spiderhead

Llegué a Valencia sobre un torrente de aire seco, sumergiéndome en los mares de sudor y humedad de la estación. El verano daba sus últimos coletazos. Casa nueva, curso nuevo, gente nueva. Sacudí el polvo a las maletas, al hígado y al cerebro. Dejé el corazón sobre la mesa, le pregunté por la esperanza y la ilusión. Tardó un mes en contestarme, ya en un Octubre cada vez más sombrío, y no pude sino despreciar la respuesta.
Así que guardé el corazón en un cajón y saqué la botella de vino del cajón de al lado, preguntándome si podía hacer latir mi cuerpo con aquello.

La respuesta fue un sí pero no, pronto olvidado entre tragos, alguna risa, y la mirada contemplativa a un cielo que nunca contestaba las llamadas. Un quizás, como todas las cosas de la vida, que quedaba ahogado en mañanas resacosas donde palpabas las zonas desnudas de la cama, buscando algo que estaba allí, pero al mismo tiempo no estaba.

Y como no podía ser de otra forma llegó Noviembre con su capa de frío y su viento estremecedor, llegó abriendo puertas y cerrando otras. Abrió el cajón de golpe y el corazón seguía allí. Con dos mangas de más volví a formularle la misma pregunta, siempre la misma. El corazón volvió a contestar.

Y cada vez bebo un poco más y vivo un poco menos. Y el invierno asoma, te sacude hasta la inconsciencia y te hace despertarte en tu cama mientras sigues palpando esos rincones vacíos.
Y el corazón cría un poco más de polvo en su cajón.

martes, 29 de octubre de 2013

De tiempo y despedidas

A menudo pienso -pienso, aunque parezca mentira- en las personas que han pasado por mi vida. Sin ser yo muy gregario, son muchísimas: unas haciendo más ruido que otras, unas dejando huellas más profundas, otras entrando por una ventana y saliendo por otra como un soplo de aire. Otras como un olor desagradable que toma tierra en tu pituitaria y se niega a marchar. Unas son roca sólida e inamovible, permanentes miembros de tus cimientos. Otras, como una riada, gustan de entrar en tu vida, romper las puertas, dejar los muebles mojados e inservibles y arrebatando aquello que más apreciabas y que nunca te devolverán.

El paso del tiempo tiene entre sus virtudes que te obliga a hacer inventario y recordar a las personas, una por una. Tratas de descubrir pinceladas de su identidad que pasaron inadvertidas, sus razones, sus porqués. Es fantásticamente doloroso cuando recuerdas a gente que en cierto momento fueron tu roca y luego desaparecieron como viento, en una cruel degeneración de todo a nada, cuando el silencio tomó el lugar de conversaciones interminables a la luz de lámparas y farolas. Cuando las estufas y las mantas tuvieron que aportar el calor que ya no te daban.

Es inevitable juzgar, ¿quién es el cobarde en esta historia? ¿quién lo estropeó todo? Quizá los dos, el tiempo, las conversaciones que no tuvimos en el momento o la forma adecuada, los besos que no se dieron, quizá todos tuvieron la culpa o puede que no la tuviera nadie y todo fuera parte de un gran guión escrito por alguien con un humor negrísimo.

Lo que está claro es que ya nunca lo sabremos, no porque ya no importe, sino porque nadie quiere.

Me gustaría entender, ya no juzgar, qué te llevó a convertir los últimos posos de amistad en verdades a medias, ésas que terminan siendo las más grandes de todas las mentiras. Quisiera saber si tanto tiempo y tanto esfuerzo merecía quedarse enterrado de la forma en que quedó. Saber por qué la última frase que me dijiste contuvo las palabras "prometo" y "pronto" y ni una ni otra eran ciertas.

Aunque quizá ya no me importa. O ya no quiero.

martes, 15 de octubre de 2013

don't hit the bottom

Hay lecciones que llegan pronto y bien, y otras que llegan tarde y mal. Una pena que sean mucho más numerosas las segundas que las primeras. Una pena, también, que lleguen tan mal.

Sabes, conozco a muchos que no reconocen las lecciones. No reconocen una buena dosis de verdad ni siquiera cuando ésta las aferra por los hombros y las sacude como cojines llenos de plumas. Estamos programados para ser cabezones. Para creer que estamos en lo cierto siempre. ¿Cómo podríamos confiar en nosotros mismos si no fuera así?

Conozco al tipo de persona que destinaría su tiempo, sus sentimientos, sus ilusiones, ya no a causas, dioses ni reyes, sino a personas. Al simple ejercicio de cuidar y proteger. Conozco a ese tipo de personas, hay muchas más de las que quieres creer. Realmente dan miedo. No se puede ser tan entregado. Desde lejos ya ves la hostia que se van a dar. La ves porque tú mismo has dado con los morros en las baldosas y sabes lo que tardan en curarse las encías. Sabes que hay dientes que ya no vas a recuperar. Lo tienes clarísimo, ya casi asumido. Has conseguido que las cicatrices sean parte de ti.

Y sin embargo, cuando ves a ese tipo de gente, estás al borde de prevenirlos, de decir "cuidado" de decir "huye ahora que puedes".

Pero no dices nada.

Les dejas continuar, en silencio, con una sonrisa indulgente.

Quizá porque aún tienes fe, en el fondo. Fe en que hay gente por la que vale la pena poner la mano en el fuego.

O quizá porque sabes que hay lecciones que hay que sentir en la propia carne.

sábado, 12 de octubre de 2013

The National - Boxer (reseña)

Siguiendo con esta manía que me ha dado de comentar discos, hoy os traigo una pequeña perla que YA deberíais haber escuchado si os va este rollo.

The National nació en 1999 al amparo de dos pares de hermanos, los Dressner y los Devendorf, y el vocalista Matt Berninger. Cada uno de ellos tenían hechos sus pinitos en previas bandas de música, como Nancy y Project Nim, ambos proyectos venidos a menos. Sus dos primeros discos, The National y Sad Songs for Dirty Lovers, fueron su puerta a la unión con la discográfica que les ayudó a producir sus siguientes discos, entre los cuales se halla mi preferido, Boxer.  


The National ha evolucionado mucho, pero siempre han estado bailando entre un post-punk poco disimulado (óigase Mistaken For Strangers) y un indie folk oscuro y melancólico, con ciertas reminiscencias lo-fi. No en vano son de Ohio. Boxer como álbum hace muy buena muestra de su estilo más original y es en mi opinión el disco que mejor les retrata y que mejor sienta al oído. Al igual que el grupo de mi última reseña, Bon Iver , no es música de fiesta que se diga: es música de tardes lluviosas, de interior, de una armonía muy cuidada. A mi modo de ver es un must si eres fan de la música folk.


Escuché The National por primera vez hace cinco años y poco a poco fueron haciéndose un hueco en mis listas, y temas como Green Gloves, Fake Empire, Slow Show y Apartment Story son ya imprescindibles. Cabe decir que antes de este disco sacaron el Alligator (2005-2006) en la misma línea, y más recientemente High Violet (2010) y Trouble Will Find Me (2013) experimentando con sonidos más ambientales y electrónicos, aunque no por ello peores.


Sin meterme en más materia, aquí os dejo esta recomendación, y con que le echéis un ojo y a alguno os guste estoy más que contento. En breves intentaré traer más música de mi gusto, preferentemente algo menos folk, que en la variedad está el gusto.




pd: Dada su amplia discografía, no está de más meter un par de temas de los álbumes más recientes:







Un saludete.




domingo, 6 de octubre de 2013

Prólogo (II)

Corría, con la muerte en los talones.

A cada zancada dejaba atrás dos metros más de terreno, dos metros más de salvación, lejos de las balas que silbaban al pasar junto a sus oídos. Volaba. Apenas sentía el escozor de los pies dentro de las viejas zapatillas al hendir cada paso en la calzada arenosa.

Las chabolas parecían quedar atrás, como manchas borrosas de colores ocres y rojizos. La barriada parecía terminarse a cada segundo, como si nunca hubiese corrido tan deprisa. Como si casi estuviera fuera del alcance. Como si fuese más rápido que las balas. La ajada chaqueta de tela se le abría a cada zancada, como un paracaídas a sus espaldas. La camiseta, amarillenta, mostraba charcos de sudor por la carrera. Y manchas de sangre.

 Los destrozados pantalones vaqueros casi terminaban de desgarrarse bajo el frenesí de las piernas.
Nunca había corrido tanto en su vida.

Y, de repente, la tierra desapareció bajo sus pies. Alex rodó terraplén abajo, dando con las costillas en la tierra fangosa a cada vuelta. Apenas llegó a la base del terraplén, se incorporó y siguió corriendo. Oyó los disparos a sus espaldas.

Trastabilló, casi cayó, siguió adelante como una bala. Pero supo que no podía seguir así mucho más. Las piernas le ardían. Le faltaban las fuerzas.

Notó la sangre caliente deslizándose por el muslo derecho. Cuatro gotas cayeron sobre el barro encharcado, tiñendo el agua de lluvia de un escarlata oscuro. Alex sintió cómo la conciencia parecía vertirse sobre el suelo junto con la sangre que brotaba de la herida. Flaquearon sus fuerzas y cayó sobre una rodilla.

Sus perseguidores lo vieron. Bajaron de ritmo. Se acercaron a él lentamente. Alex respiraba con dificultad, hundido en el barro hasta el muslo. Estaba haciendo un tremendo esfuerzo para no ceder la poca resistencia y dignidad que le quedaban y caer de cara sobre el cieno.

El cañón frío de una pistola le acarició el cuero cabelludo, desde atrás. Pensó, sólo un disparo, un tiro limpio, atravesando mi cráneo, horadando carne, hueso, seso y saliendo a través de mi rostro. Una ejecución rápida, sin siquiera mirarle a los ojos. Un tiro de espaldas para terminar con todo y convertirme en un cadáver más de los que he dejado atrás.

Sintió una gota aterrizar en la punta de su nariz. Luego otra en la frente. Llovía otra vez. El agua fresca humedeció su rostro perlado de sudor y pensó por un segundo que después de todo quizá era la mejor muerte que podía esperar. Quizá éste era el lugar que pertenecía, al barro encharcado, a la lluvia, limitándose a caer. Quizá en su vida no había hecho nada más que ser lluvia, ser gotas que acariciaban el cielo y luego lo abandonaban involuntariamente, abandonadas a una gravedad implacable, cayendo en picado sobre el barro.


Respiró entrecortadamente. Un último pensamiento echó un anzuelo atrás, a un pasado cercano pero tan lejano, al primer crimen y el primer disparo. A Pavlos y los demás. A la primera herida, la primera lluvia de la estación y aquel momento en que se sintió vivo, por única vez en mucho tiempo.

martes, 1 de octubre de 2013

Me pregunto si será siempre así.
Esperando. Perdiendo el tiempo. Escuchando música de madrugada. Tirado boca arriba en la cama. Jugando. Perdiendo el tiempo de nuevo. Abandonando ideas de textos, personajes que te piden a gritos que los escribas.

Soplándole al futuro, pidiéndole que se vaya, diciéndole que mientras me quede un culo de cerveza en la nevera y una promesa de un poco más puedo quedarme.

Juguemos a perder, que yo voy ganando.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Estación temprana

Es septiembre y es tarde. Y vuelves, con tu maleta a cuestas. Con una vida a medias a cuestas. Vuelves con tantas cosas encima que a veces olvidas, lo olvidas todo, olvidas que existe una felicidad latente que puedes explotar y alimentar. Y la melancolía acecha como un gato hambriento, gordo, perezoso pero que arrancaría sin piedad cada gramo de piel que sujeta tu sonrisa.

Sabes, podemos huir de él. Podemos poner tierra entre la melancolía y nosotros. Podemos huir de todo. No es la mejor oferta, no es el viaje que tú ni yo esperamos, no es una utopía, nada lo es. ¿Has oído lo que sucede cuando este mes termina, cuando el verano toca a su fin, cuando parece que muere una era y empieza otra, nueva, fría, como el acero al helarse? ¿Has visto lo que hace el otoño con los árboles, cómo los acaricia con viento fresco y los despoja de sus vestidos? Suena como suena, para algunos una condena, pero no lo es. Es el paso natural de las cosas. Es una etapa más, parte de un ciclo eterno, atemporal, bella a su manera. Participemos de ella. Ven, demos una vuelta, echemos una cerveza a la garganta mientras las hojas caen. Tapémonos al salir de casa y destapémonos bajo techo. Dejemos que las cosas sigan su curso. No olvides que el frío es parte de todo pero que podemos aprovecharlo para darnos calor.

Podemos perder la ropa como los árboles pierden las hojas. Podemos experimentar esos minutos en que nada importa, salvo el calor y la respiración agitada.

Ven, quiero hacerte lo que el otoño les hace a los árboles.

domingo, 22 de septiembre de 2013

No quiero vivir en un domingo.

No quiero vivir en un domingo. No quiero vivir entre vías de hierro gris y desnudo y trenes que van a ninguna parte. No quiero vivir en una eterna resaca, entre dolores de cabeza y recuerdos de noches que quedan atrás y atrás. No quiero vivir en una despedida permanente, en un adiós que enmascaras con fingida impasibilidad mientras caminas hacia otro lugar, lejos, diferente. No quiero vivir en un domingo porque los odio, los aborrezco, porque es un final y no estoy hecho para los finales.

Preferiría vivir en un lunes, en esa somnolencia mal disimulada que acompaña a una mañana fría, destemplada, cercada por proyectos, obligaciones, responsabilidades, pero que termina, de alguna forma, estabilizándose, tomando forma, pasando de arcilla mojada a jarrón, y terminas tomando las riendas y encarando el futuro con manos ansiosas de moldear tus días y tu destino.

Preferiría vivir en viernes, porque dejaría atrás cada día las preocupaciones y los ratos de nervios para sumergirme en la sencillez de una pinta de cerveza, en la promesa de un momento de tranquilidad, en un siempre estáis ahí. En un reencuentro con aquellos que quieres y que no ves por x o por y y sin embargo nunca dejan de abrirte las puertas.

Preferiría vivir en un sábado, incluso en un sábado tranquilo. Preferiría vivir en una cena, en el silencio que da el ruido, en un brindis que preceda a la tormenta, Preferiría el caos porque estoy en mi salsa. Lo preferiría antes que el domingo. Porque no quiero pedir adiós, porque no quiero irme. No quiero tomar ese tren aún. No quiero vivir en un domingo porque aún no es hora de que lo haga.

viernes, 13 de septiembre de 2013

This.

Piensas demasiado.

Eso me han dicho siempre. Eso me han dicho cada vez que me planto ante alguien y me sincero y digo "tengo un problema". Que pienso demasiado. Y es cierto. Sin embargo, apenas le doy dos vueltas a la frase, no hallo calma. ¿Pienso demasiado? Sí. ¿Cómo si no voy a encontrar soluciones? ¿Hay otra manera de abordar una situación que lanzarse de cabeza?

He crecido en un entorno de padres que trabajaban desde pequeños, donde el trabajo manual era vital, así como la iniciativa. Y lo son, pero no lo son todo. Uno termina pensando que la única forma de solucionar los propios problemas es intentar controlarlo todo. Ceñir la incertidumbre con cadenas. Pero hay una verdad mayor, y es que la incertidumbre no se deja encadenar por nadie. Aunque no la soportes. Aunque te esté matando por dentro. Deja de pensar demasiado, porque la incertidumbre va a estar ahí siempre y vas a vivir con ella, quieras o no.

Así que deja de preocuparte, deja de calcular cada paso que das, deja de medir las palabras en todo momento, deja de lado el qué dirán, el qué pensarán. Marca tu propio camino, soluciona aquello que puedas y, si no puedes, no mueras. No te dejes arrastrar por la incertidumbre porque es una forma fácil y barata de caer en depresiones estúpidas. Sal del pozo, gatea, camina y corre. Te queda muchísima vida por delante y no es algo que puedas dejar que se manche. Si has de pensar demasiado, que sea en aquello que tienes, no en lo que no. Porque lo que tienes es algo que puedes disfrutar ahora mismo y lo que no tienes no va a aparecer por mucho que llores.

Acepta las derrotas con calma y té y celebra las victorias con euforia y cerveza fría. Sal adelante aun con todo a tus espaldas y convierte los muros en trampolines. Si te preocupas, que sea por las cosas que puedes solucionar fácilmente, y nada más. Si te enamoras, que te dure lo justo para saber si vale la pena probar. Si follas, que sea para hoy y mañana ya veremos. Si haces planes y expectativas, que no te definan ni te aten.

Quizá cuando tengas todo esto en mente podrás dejar de pensar demasiado, y te darás cuenta de que has ganado.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Bon Iver - For Emma, Forever Ago (reseña)

En 2006 el cantautor americano de folk Justin Vernon abandonó su banda anterior, DeYarmond Edison, formada junto a amigos, cortó con su novia y abandonó Raleigh, Wisconsin, afectado de mononucleosis hepática. Decidió pasar el invierno en una cabaña que su padre tenía al norte de Wisconsin, aislado y solo para recuperarse. Su idea principal no era grabar nada, pero había terminado recientemente de ayudar a una banda (The Rosebuds) a grabar y tenía en la cabaña material básico de grabación.

En esta situación nació la idea de Bon Iver y de un disco, For Emma, Forever Ago.



En la grabación original Vernon tocaba todos los instrumentos, editando las canciones con un alto número de overdubs (añadir a una grabación una voz que la imita) reforzando la sensación coral y atmosférica de su música. Tras enseñárselo a amigos y conocidos, recibió reacciones muy positivas y se decidió a distribuir la grabación mediante su propio sello independiente Jagjaguwar, ayudándose de su relativa popularidad en la red.

El sonido de Bon Iver es el invierno en sí mismo. El toque atmosférico y la voz cercana al falsete de Vernon son capaces de sumergirte en un sonido a caballo entre el folk y la música ambiental. Vernon usó la música como catarsis emocional y consiguió vertir una gran dosis de sentimiento en ella, palpable y muy agradable, convirtiéndola en un disco redondo. Personalmente descubrí el disco hace dos años y aún no me ha cansado de oírlo. Las letras son poéticas pero simples, siempre invitando a la melancolía y la catarsis, tocando frecuentemente el tema del amor. No por nada la revista Rolling Stone lo llamó "One of the all-time great breakup albums".




No soy un entendido en teoría musical, de modo que no puedo decir mucho más sin dármelas de listo o meter la pata, y aunque lo dijera es mucho mejor que lo escuchéis. Recomiendo especialmente Skinny Love, no sólo por ser la más conocida sino por ser una auténtica perla:








"Dejé Carolina del Norte y fui hacia allá porque no sabía exactamente a donde ir y sabía que quería estar solo y sabía que quería estar donde hiciera frío.”


Tras la buena acogida de For Emma, Forever Ago Vernon grabó un nuevo disco, Bon Iver (2011) manteniendo la línea aun con cierta experimentación, acompañado esta vez de la banda que le ayudó con la grabación definitiva del primer disco y con los directos. La calidad no desciende para nada en este álbum respecto al anterior.


Y ésta es la primera recomendación musical que suelto en el blog, espero que os guste el disco y probablemente siga recomendando mis discos favoritos, con más o menos criterio. Un saludaco :D

miércoles, 28 de agosto de 2013

En route.

Hay días para la duda y días para la claridad. Establezcamos unos hechos con cierta certeza: ha sido mi año de mierda. No tanto por los problemas sino por mi forma de afrontarlos. Y es que, joder, no es algo que tampoco pueda negar: sigo siendo como un niño. Sigo siendo demasiado fácil de asustar. Da miedo reconocer ese hecho, la propia fragilidad, y aún más redundar en lo mismo: las vueltas y vueltas al propio miedo, ahondar más en dicha debilidad.
Probablemente no te des cuenta, pero terminas siendo el mismo chiste del que huyes. Terminas encaramándote a tu montañita de retórica y lírica, justificando con palabras vacías tu propia mediocridad. Y bien, de todo se cansa uno.

Voy a volver a construir. Ha sido un verano demasiado destructivo. Alguien ha de volver a la carretera y dejar las cosas en su sitio. Ojalá pudiera refugiarme de nuevo en esperanzas vacuas y en volver a abrazos y besos que fui dejando atrás, pero nadie va a dar el paso por mí, nadie va a decidir. Mi vida, mi lucha, mi camino. Y quien se acerque de buena fe y quiera construir conmigo, será bienvenido.

Nos vemos en route.

miércoles, 14 de agosto de 2013

No entendéis lo que quiero.

Coged un sentimiento recurrente. Coged uno de esos pensamientos que se deslizan como luciérnagas ciegas por vuestra cabeza cada noche antes de que la vigilia ceda. Cogedlo, agarradlo por el tórax como una tenaza de hierro. Aprisionadlo. Y luego devoradlo.

Quiero que hagas memoria. Inventario. Quiero que recuerdes cada mal momento, cada buen momento, a cada cabrón, a cada buena persona, quiero que los combines, que los cruces como perros, quiero que conviertas tu mente en el circo que tu vida no puede ser. Quiero que los visualices. Quiero que los transformes.

Quiero que cojas un lápiz, un boli, un teclado, una máquina de escribir, quiero que los uses. Quiero que escupas sobre el papel, que sangres, que lo lances todo. Quiero cada ápice de ti desparramado en la prosa. Quiero un retrato, quiero lo más profundo y agónico de tu alma. Y aún así no es lo único que quiero.

Quiero que leas. Quiero que toques libros, que acaricies sus cubiertas, que lamas las líneas de imprenta, que los leas ávidamente. Tómate tu tiempo. Sólo quiero eso, leer.

No tires tus ratos muertos a la basura. Sigue leyendo. Hojea artículos, periódicos, críticas. No te detengas ahí. Cuando te canses de leer, escribe.

No pares, ni siquiera hemos empezado. Quiero que unas todo lo que has aprendido. Quiero que lo amases, que lo ates a tus vísceras con cuerda de cáñamo, quiero que todo ello sea parte de ti. Quiero que lo transformes y quiero que te transforme. Te quiero mutable, caótico, plastilina, arcilla.

Quiero que viertas tu contenido en el texto. Hazlo. Quiero que no dejes nunca de desgarrarte, quiero que lo hagas cada vez más y mejor. Te quiero creativo, abierto, destructivo, constructivo. Quiero que evoluciones, que seas capaz de mirar adelante, que pintes con tu mente todo aquello que los demás no pueden y quieren. Quiero que halles el equilibrio en ello, tal y como yo querría. Y si no lo consigues, quiero que estés cómodo en el caos. Quiero que te muevas por él como una serpiente.

Te quiero libre. Te quiero lector. Te quiero de todas las formas en que nadie te querrá nunca. Quiero ser tu aprendiz y a la vez tu maestro. Quiero que aprendamos juntos.

Nunca lo dejes de lado, nunca abandones esto. Quiero que halles en estas pequeñas gotas de arte lo que no puedes hallar en el resto de tu vida, quiero que lo conviertas en tu refugio, en tu diminuta sesión de catarsis diaria, semanal, mensual, anual.

Y quizá cuando estés en la cúspide verás que sólo has arañado la superficie, y te maravillarás del infinito que supone tu mente. Te maravillarás de que tienes todo por hacer, y de que ello es hermoso. De que sólo somos gotas de agua de rocío salpicando el acero, y sin embargo poco a poco lo corroemos y lo oxidamos. Y quizá si cambiamos lo que escribimos, y si dejamos que lo que escribimos nos cambie, podemos cambiarlo todo.

martes, 13 de agosto de 2013

Un hijo de puta



Me quedé encerrado en la jaula de invierno dentro de aquel verano. Encerrado en mi propia trampa, en una maraña de miedos y parálisis varias a las que por inercia terminaba por regresar. Perder el tiempo, pensar y pensar, agarrarte a lo que en aquel momento te parecía la única oportunidad. Terminabas esperando por otros, imponiéndote una paciencia absurda, recriminándote cada momento en que perdías la fe, interiorizando la culpa, como siempre.

Tan callado, tan dócil, tan absurdo.

Pasabas la noche agarrado a una pieza de plástico, metal y coltán, engarzando lágrimas en mensajes y tragando palabras amargas a cada respuesta. Porque ninguna respuesta es la que uno espera. Y las ilusiones sólo existen para ser destrozadas.

Decidiste que no había tiempo para el drama -o qué quizá había demasiado tiempo como para condenarte a él- que ibas a seguir en la carretera, que ibas a dejarte llevar. Decidiste algo que hasta en aquél momento sabías que no ibas a cumplir, mentiste al mundo a sabiendas a cambio de una seguridad momentánea, efímera, apenas un asidero de un segundo desde donde salir del agua y respirar.

Lo cierto es que no hay seguridad. No existe tal palabra. El caos no puede permitir que la tengas, no va a darte lo que quieres, no va a hacer que la vida y los hechos encajen en tu rompecabezas de ilusiones. La navaja de Occam está oxidada y desmontada en un rincón. No existe el desenlace fácil. No existe un momento en el que todo vaya a dejar de complicarse y te deje en paz. No existe la persona que no vaya a darte la espalda tras prometerte algo.

Quizá la respuesta, aquella que esperabas cada noche, es que debes ser un hijo de puta. Un hijo de puta perfecto, inteligente y aterrador.

jueves, 8 de agosto de 2013

Dragonfly down

Una libélula yace aplastada sobre la madera del escritorio, como una brizna rota de hierba. Exhala un último estertor y mueve las patas.

En una burda imitación, me remuevo en la silla toqueteando teclas, automáticamente, perdido en el breve espacio de aleatoriedad que permite el cóctel de ocio y aburrimiento. La fiebre acucia, la garganta arde. El ibuprofeno tarda su ratito en hacer efecto. Aunque mi mente parezca estar pegada al ordenador, realmente está un tanto lejos. Está muy por encima de estos tejados, está planeando torpemente como un zángano gordo, buscando, persiguiendo a alguien, a algunos, buscando el verano que me prometí y no supe darme. Buscando tantas oportunidades que he perdido, por las circunstancias o por pura necedad, buscando el tiempo desperdiciado en lamentaciones. El zángano olfatea la luna y, borracho, se estrella contra un árbol. Y yo en mi cuarto, sudo, y sudo. Y me lavo la cara con agua fría. Es hora de dormir.

domingo, 14 de julio de 2013

Algo.

Hay algo preocupante en las grandes decisiones de la vida. Es como si jugaras una carta peligrosa, como si pulsaras un detonador que derrumba por completo un túnel y te aboca a escarbar con las manos entre pedruscos y cantos hasta que consigues abrir otro. Hay algo en esas elecciones, que te deja con esa aura de nerviosismo y preocupación una buena temporada, te deja con la incertidumbre de si has cerrado del todo el túnel y, a veces, de si aquel túnel era la única salida y la acabas de clausurar para siempre.

Hay algo en esas decisiones y es uno de nuestros miedos más básicos, es el miedo del que están hechos los cimientos de la madurez, el miedo a la libertad. Porque la libertad son decisiones, es elegir y, lo que es peor, apechugar con lo que elijas. Y ése es el punto en el que tendemos a perder las agallas y escurrir el bulto, como si nuestra decisión fuera enteramente fruto de las circunstancias y no de nuestra conciencia interna.

Hay algo, y peor, en romper con alguien. Hay algo en ese momento que te dice: "no la volverás a ver". Y es mentira. Te la encontrarás en todas partes, por la calle, en la universidad, en el tren, en el metro, en tus sueños, de fiesta. Y pocas cosas hay más duras que conjugar el sentimiento interno de ruptura con el hecho de que la vida prosigue, y de que las vuestras ya no están vinculadas.

Hay algo en todas las cosas que no has dicho, en las que has dicho y de las que te arrepientes, en las que te dijeron y no olvidas, en aquel interminable cajón de ojalás, siempres y quizás. Hay algo que parece empujarte a sucumbir, a caer en una espiral de terror, a arrojarte a un mar de posibles escenarios en los que el único desenlace posible es tu soledad y tu inevitable ostracismo.

Hay algo en los océanos de sudor, saliva y lágrimas, algo que te empuja a recrearte en las viejas conversaciones, lugares y regalos que conservan ecos de un pasado en el que no te imaginabas como estás hoy. Hay algo que te fuerza a comparar aquel viaje de placer gobernado por un capitán borracho, inestable y frágil, con el bote solitario y recio que hoy capitaneas solo. Hay algo, también, que no se pone de acuerdo consigo mismo sobre si has perdido o has ganado.

Hay algo en el perder a una persona. Hay algo y es todo dolor. Pero el dolor se supera, ¿no?

domingo, 7 de julio de 2013

Trenes.

Subió al tren con una maleta a cuestas. Eran veinte quilos de maleta, no poca cosa, pero aún así no era lo que más le pesaba. La colocó en cualquier sitio y se sentó en cualquier lugar, con un libro en la mano. Prefería de lejos perderse en aquellas líneas de imprenta que en el escenario monótono de vías, huertos y zonas industriales que atravesaba aquella vía ferroviaria. Era siempre la misma postal, los mismos retazos fotográficos de domingo y tardes grises. Además, con un libro viajaba mucho más rápido. Y adonde quisiera.

Se perdió durante unos minutos entre las letras hasta que ella subió al tren. No tenía nada de especial, no era la típica a la que los hombres hacen chirriar el cuello para ver pasar. De hecho, su primer pensamiento al verla no fue mucho más que "tiene pocas tetas".

Ella se sentó, como él, en un lugar cualquiera. Sin embargo, él la podía ver con un simple alzar de la mirada. Y ella a él. Ella se puso música en el móvil y se colocó los auriculares. Sacó un libro también, y lo abrió por la página señalada por un marcapáginas rojo. Él se sorprendió mirándola embelesado, viendo cómo se acomodaba, pasaba las páginas, se mordía inconscientemente el labio inferior mientras leía. Por alguna razón, pasó más tiempo mirándola a ella que al libro. Al poco rato no pudo sino concluir que era muy guapa, de estas bellezas que pasan desapercibidas pero no se olvidan y permanecen en la retina como los recuerdos de infancia en los álbumes de fotos. El pelo suelto. Los ojos que, cada vez que el sol daba de lado en el tren, quedaban salpicados de luz y parecían ser de ámbar.

Se sorprendió imaginándose sentándose a su lado, cada uno adelante con su vida, con su lectura, con sus penurias y problemas y alegrías, simplemente compartiendo aquella hora y media en silencio. Se sorprendió imaginándola hablar, quizá tendría acento de pueblo, de la costa, quizá directamente hablara otra lengua, quizá sonara áspera, o grave, o suave, o encantadora directamente. Se imaginó compartiendo miradas furtivas, una de aquellas miradas que atraviesan el vagón y se mantienen durante unos segundos sin que nadie de los dos quiera apartarla, hasta que uno, con disimulo y por vergüenza o aburrimiento, rompe el hilo y vuelve a su vida. Se imaginó llevándosela al diminuto y apretado baño del tren, besándose con lujuria contra la pared, bajándole les bragas con los dedos y follar como animales en un pequeño estallido de placer y calor. Se imaginó tumbarse con ella al atardecer sobre un césped recién regado, empaparse la espalda, mirar juntos cómo las nubes huían del sol color de la sangre y cómo la luz se extinguía en un holocausto de color. Se imaginó odiándola y siendo odiado por ella. Se imaginó rechazado. Se imaginó muchas y diversas cosas.

Miró de imprevisto el reloj. Emitió un suspiro.
Con un gruñido, guardó el libro, agarró la pesada maleta con una mano y atravesó el vagón. La miró. Ella levantó la mirada y lo miró también. Él casi pudo ver los matices verdes en aquellos ojos, las líneas, leer la prosa desgarrada leída segundos antes.

Pasó de largo y se plantó ante la puerta de salida mientras el tren se detenía en su estación. Con gesto adusto como de piedra, abrió la puerta con un chasquido y acarreó la maleta hasta el andén.

lunes, 1 de julio de 2013

AM.

Como interminables caravanas de escarabajos brillantes, plateados e inquietos, los automóviles trasegaban por la avenida en constante flujo, arriba y abajo, pilotados por gente también inquieta y en flujo, encadenadas al tictac constante de sus relojes de pulsera, batallando por superar el atasco a tiempo antes que el resto.

Entre aquella diaria guerra de cláxones, gritos y tamborileos de dedos sobre el volante la ciudad amanecía, bañada por la anaranjada luz del sol.


El café que se tomaba Nikolai Crahe, sin embargo, parecía ajeno a aquella algarabía. La ligerísima capa de espuma se entrelazaba en espiral con el café, dándole aquel tono suave y apetecible que el café bien hecho presenta a las ocho de la mañána. Los rayos del sol se filtraban a través del escaparate acristalado de la cafetería, que, lejos de bullir de actividad, parecía un refugio tranquilo en aquel caos matinal, con apenas un par de clientes en la barra y las mesas, Crahe sentado solo en una de ellas.

Hojeaba el periódico nacional, pasando por encima de los asesinatos, los ajustes de cuentas, el coche estrellado contra un árbol y la defunción del famoso cantante de soul Sterlyn Brown y pasando directamente a las noticias económicas. Uno de los más importantes ejecutivos del mayor banco del país necesitaba estar al día en los movimientos de las empresas nacionales. Sobretodo en la debacle económica que sacudía al país desde que las minas de ciprita empezaban a clausurarse por agotamiento de recursos. ¿Cómo iban a construir núcleos sin ciprita? ¿Cómo iban a abastecer de energía las ciudades?  Era un jodido desastre. Pero en los desastres, gente como Crahe conseguía hacer negocios redondos y aumentar su porción del pastel. Por lo pronto, había adquirido parte de una de las mayores mineras del país y se hallaba en tratos para perforar en territorio extranjero. Una mina, en todo el sentido de la palabra.

Era suficiente escarbar un tanto entre la mierda para encontrar oro. Mientras otros gritaban de miedo y señalaban, otros salían corriendo ansiosos hacia aquello que daba tanto miedo. Porque el miedo es poder. Y el poder lo abarca todo.


Un automóvil aparcó enfrente de la cafetería, chirriaron los frenos mientras acomodaba cuidadosamente el morro junto al coche más cercano. Crahe se llevó el café a los labios. Sorbió. Caliente. Y amargo.


Era una imbecilidad edulcorar algo que iba a seguir siendo amargo de todas formas. Mucho mejor aceptar el café como era, con su personalidad, con sus circunstancias. ¿Quién quiere un velo dulce de mentira que cubra lo amargo de la vida? Crahe no, desde luego.


Sorbió el café, hasta la última gota, hasta el último pedazo de aquella nota amarga, aquel hola. Aquel adiós. Tic tac. Las ocho y media.


El coche bomba estalló con violencia, despedazando el cristal, el ladrillo, el hormigón con una facilidad pasmosa. Como el manotazo de un gigante.

El estrépito de la explosión se extendió a lo largo de la avenida y por toda la ciudad. Los coches se detuvieron. El polvo se alzaba lento y estático. Todo pareció detenerse, en una nota sorda y seca, en el grito congelado en los rostros de los peatones.

Pero el grito no permaneció así mucho tiempo. Se extendió como un chillido unánime a lo largo y ancho de la calle, acompañado del descender del polvo, de la visión de la ruina que era ahora la cafetería, de las llamas. Las sirenas empezaron a sonar, reaccionando rápidamente, con eficacia.



Pero no las oía ya Crahe, antes alto ejecutivo, ahora cadáver sepultado.


Un nombre a tachar. Un cuerpo arrollado por un tren que no parecía detenerse ante nada.
Y el juego estaba a punto de empezar.

domingo, 16 de junio de 2013

IV.

La primera regla del combate era sencilla, corta y un tanto obvia: Nunca debe flaquear la voluntad.

Era lo primero que le enseñaron, pero algo tan simple como aquello podía venirse abajo cuando algo como aquello se plantaba ante tu rostro. Cuando un puñado de gruesos y numerosos tentáculos se te viene encima con velocidad y violencia inusitadas. Cuando el centro de aquel ser con extremidades de cefalópodo está en el centro de la masa de tentáculos grises que se abalanzan, el rostro oculto entre el cabello negro, caído sobre la cara.

Él seguía con el dedo índice sobre el libro, como un marcapáginas de carne. Durante apenas un segundo percibió las líneas que se entrelazaban, bailaban, marcaban una lenta danza de caracteres, se abrazaban entre sí describiendo cada párrafo. Letras vivas, cambiantes, entremezcladas. Una palabra acudió a su mente, y la dijo.

Frida salió despedida hacia atrás, lejos de él. Aterrizó con estrépito sobre el suelo embaldosado y brillante, ensuciándolo con el gris ungüento que embadurnaba los tentáculos. El cuerpo central del ser, la Frida original, se desplomó, pero al instante se volvió a erguir como un resorte, acompañado por su poblado acompañamiento de extremidades.

Él supo que iba a ser complicado volver atrás, detener la transformación y evitar que aquel monstruo saliese de la sala. Pero estaba entrenado para aquello. Ni siquiera la petaca entera podría hacerle fallar en su juicio al respecto.

Hojeó el libro con rapidez y detuvo el libro en una página, aparentemente al azar. Con voz clara leyó la palabra que acudió a sus ojos desde la marabunta indescifrable de letras.

Frida, que apenas se había levantado, recibió en plena cabeza la caída de un candelabro de no menos de doscientos kilos.

Probablemente aquel golpe sería definitivo para otros casos, pero éste parecía de otra clase. Él decidió no darle ningún tipo de piedad. Hojeó de nuevo, con prisa, detuvo una nueva página, gritó dos palabras que sonaron como el trueno en una noche lluviosa.

Frida ya sacudía los tentáculos, se quitaba de encima la masa de chatarra chapada en oro que fue el candelabro, y el suelo se elevó, las baldosas parecieron cobrar vida. Y acudieron a ella.

Con violentos vaivenes intentó deshacerse de la cerámica que la envolvía y ataba, pero no fue capaz. El mismo suelo ascendió hasta ella y la engulló, dejando apenas parte del tronco y la cabeza al descubierto. Los tentáculos quedaron sellados bajo la manta de baldosas. Dejó de sacudirse.

Él esbozó un amago de sonrisa y cerró el libro. Con lentos pasos se aproximó a ella. El libro fue sustituido por la petaca, que de nuevo fue descabezada y arrojó un inclemente chorro a su garganta.

Se detuvo justo ante lo que quedaba del cuerpo sepultado de Frida, que apenas se movía ya, sólo algunos gruñidos inaudibles desde el rostro oculto por el cabello. La miró con gesto adusto. Era común pensar que aquello que ataba a los pacientes, aquello que los dominaba, era algo externo, espíritus, demonios, fantasmas venidos de algún lugar donde el mal era puro y natural. Aquello aliviaba a la gente. Los alejaba del incómodo pensamiento de que en su mismo mundo el mal tenía lugar con la misma naturalidad con la que un demonio podía ejercerlo. Que una elegante señorita, joven, bella, bailarina de ballet, delicada como una muñeca de porcelana, amable, buena y pura, podía desarrollar el mal. Podía dejarlo crecer en su interior y florecer como una flor de negros pétalos. Y si ella podía, cualquiera podía. Cualquiera podía volverse loco, podía caer en la zona gris u oscura de la balanza, podía ser vil, violento, maníaco. El mal era un invento humano. Los demonios tan sólo eran opio para intentar olvidar ese hecho.

Sacó un cuchillo de caza de su bien aprovisionada gabardina. Dejó deslizarse la hoja por la yema de su dedo, vio emerger la sangre, roja, carmesí, brillante y caliente. Con gesto ceremonial pasó el dedo por la frente de Frida, dejando un surco rojo. Vinculándola a sí mismo. Intentando devolverla a la paz, a la cordura, al lado, si no brillante, ordenado de la balanza. Alejándola del caos.

Los tentáculos que asomaban bajo el sepulcro de baldosas perdieron color, consistencia, se pudrieron y momificaron en cuestión de segundos. Desaparecieron.

Y el suelo volvió a su lugar, volvió a ser la sala de baile de suelo liso y brillante. Y Frida dejó atrás la expresión de ira y locura, cerró los ojos y cayó en un profundo sueño mientras él la dejaba en el suelo.

Mientras observaba el plácido descanso de Frida, se preguntó para sus adentros si el taxi de Clovis habría quedado hundido bajo la lluvia de ahí fuera.







Frank despertó. Abrió los ojos y dio un respingo. Los ojos le devolvieron un extraño claroscuro, en contraste con la brillantez de la sala en que había estado. Bajo su trasero adivinó la silla en que estaba sentado, los ojos empezaron a distinguir el dormitorio, los muebles, su gabardina colgada en un perchero. Miró a su derecha y vio a Frida, tumbada en una cama, esposada de manos y pies a ella. Ahora dormía y su expresión era tranquila y relajada.

Se levantó y fue hacia la puerta. La abrió y afuera vio a una anciana señora, que le miró con gesto suplicante. No le dejó ni siquiera preguntar.

-...ella está bien.
El cuerpo entero de la anciana describió una completa sensación de alivio, suspiró. Frank casi creyó ver en sus hombros el escalofrío que precedía a un sollozo.
-Tan sólo ha de descansar. He hecho lo que tenía que hacer para aliviar su dolor. Si recae en algún momento, sólo llámeme. Al momento.
-Muchas gracias, señor...Muchísimas gra...
-Teníamos un trato.
-Sí. Es cierto.
La anciana se dirigió hacia un mueble del pasillo y de un cajón extrajo un monedero de cuero, viejo y desgastado. Lo abrió y sacó unos cuantos billetes. Se los entregó a Frank, que los contó casi sin variar la expresión. La miró.
-Acordamos trescientos.
-Lo siento, señor...no me han pagado la pensión este mes...he tenido que pagar a dos personas que han venido antes que usted. No he podido reunir más...
-Está bien.

Sin muchas más palabras, Frank se dio la vuelta. Conocía la salida. Salió del piso, bajó unos cuantos escalones del bloque y se sentó. Extrajo la petaca de la gabardina.
Y bebió. Bebió hasta terminársela.







jueves, 6 de junio de 2013

Todo lo que pueda escribir sobre esto es pura mierda. No cambia nada, no arregla nada, no me hace sentir mejor, no me hace dormir tranquilo, no encaja las piezas de mi conciencia, no repara mi alma. Lo único que mueve a mis dedos al redactar estas líneas es el simple y caótico afán de conciencia, de existencia, de declarar que sigo vivo, que esto no es el final. De gritar que perdí la partida, la cabeza, que me han destrozado el corazón, que estoy roto por dentro, que estoy perdiendo pelo, que no puedo llorar, que me han convertido en un autómata. Que me siento de metal frío y negro, me siento psicópata, me siento estúpido, me siento brillante.

Me siento decidido aunque confuso, me siento paradójico, aletargado y sin embargo extrañamente despierto.

Siento que todo pasa a cámara lenta ante mis ojos, aunque las palabras tuyas que recibo llegan tan rápido como un tren de mercancías. Siento el chasqueo del obturador en cada fotografía, en cada suspiro, en aquellos vídeos, siento 21 meses en diapositivas, en momentos, en fuego purificador, en una pira salvaje y descontrolada, una espiral de locura y dolor.

Me siento explosivo, violento, desgarrado. Y sin embargo, sigo vivo. Vivo pese a que, aunque no quisieras, me hiciste trizas por dentro, y no sabes cómo. Y quizás no fue culpa tuya ni mía, quizás fue el momento, las circunstancias, los errores inevitables. Quizás ni siquiera sabías lo profunda que estaba la hoja del puñal. Quizás no te diste cuenta nunca, quizás nunca lo harás.

Y me importa una mierda lo correcto, me importa una mierda que sea lo mejor para mí, para ti, para el mundo de basura que nos envuelve. Simplemente me he cansado de darle a la palanca, de golpear el engranaje para que se ponga en marcha de una vez y nos saque de este infierno. Porque, ¿sabes qué? El engranaje está roto. Oxidado. Se resquebraja cada vez que lo rozo con la palanca, llena el suelo de un rojo sucio y ferroso.

 No estoy loco, lo sé ahora. Simplemente me he olvidado del engranaje, he tirado la palanca y he echado a caminar.

martes, 28 de mayo de 2013

A Dios lo que es del César y al César lo que es de todos.

Durante toda esta semana he estado especialmente sensible con el tema de la religión. Quizá sea por las declaraciones de Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, que considera "totalitario" oponerse a las clases de Religión. Quizá sea por las palabras de los obispos, que han dejado de disimular y exigen que dichas clases mantengan una labor evangelizadora y no sólo académica. Quizá sea por el nombramiento de 8 exorcistas para la diócesis de Madrid "ante la avalancha de casos de influencia demoníaca". Entre unas cosas y otras, he ido fraguando la idea de esta entrada y tocar un poco el tema, pues hay mucha materia que me gustaría tratar.

A los 11 años entré en un colegio concertado de mi pueblo -religioso, por supuesto- a cursar 1º de ESO, por temas de conveniencia geográfica. Vamos, que me quedaba justo al lado de casa. Por suerte, mis padres no son especialmente cristianos así que no fue ése el motivo del ingreso.

Entré a dicho colegio creyendo en Dios. No en un Dios cristiano exactamente, pero al menos compartía con muchos la idea de cierta voluntad universal, cierto flujo bondadoso de vida y destino que ataba nuestros corazones entre sí y los llenaba de amor. El deísmo natural que nos surge a todos de niños, más por ignorancia que por auténtica fe, vaya. El caso es que mis creencias no duraron mucho allí, pese a que fuese, paradójicamente, un colegio religioso. Quizás fue por la edad, quizás fue el acné o las hormonas, quizás fueron las monjas que nos decían que la homosexualidad era una enfermedad mental, quizás fueron los "partes de convivencia" que se emitían cuando un estudiante no quería ir a misa, quizás fueron las monjas -otra vez- que nos instaban con bastante mala leche a arrodillarnos, rezar, comulgar y ser completamente formalitos en misa, quizás fueron los powerpoints con fotos de fetos destrozados en plena campaña antiaborto...

El tema es que entré creyente y salí ateo. Y poco a poco, de ateo evolucioné a una postura más anticlerical y, con la que está cayendo, no quería, pero estoy descubriendo que me he vuelto bastante antirreligioso en general. Y aunque mi adolescencia y mi vida os importen una mierda, creo que entenderéis que hay razones para ello.

Esta imagen levantará ampollas en más de uno.


Yendo a lo básico, ¿qué sentido tiene la religión? Me pregunto qué sentido tiene construir tanto tu sistema moral como tus convicciones y creencias en torno a algo que:

1. Bebe fundamentalmente de escrituras o enseñanzas milenarias escritas por personajes más o menos históricos, las cuales son profundamente metafóricas, contradictorias y fantasiosas -como si Tolkien  se hubiera puesto manos a la obra con otra trilogía, vaya- además de machistas, racistas, y violentas. Por no seguir.

2. Cree que sólo su Dios y su credo son los auténticos, los únicos válidos, y negarse a creer en ellos implica o bien arder en el infierno o bien una maldad intrínseca. Todo ello habiendo no pocas religiones en el mundo, a bote pronto Adherents.com registra 4200 religiones diferentes en su base de datos, siendo 22 las que cubren las creencias del 98% de la población mundial. De entre todas ellas, curiosamente cada una quiere tener el monopolio de la verdad religiosa absoluta.

3. Cree que, a escala cósmica, somos significativos para una entidad divina, pese a ser habitantes de un pequeño planeta (ni siquiera el más grande) de un pequeño sistema solar situado en uno de los brazos de una de las cien mil millones de galaxias que se estima que existen en el universo observable.

En este punto dejo a juicio del lector si la religión puede ser algo, de entrada, basado en argumentos de tipo lógico-racional aparte de en la mera fe. Ya no planteo la existencia de Dios (ese tema daría para hablar largo y tendido), sino de ceñirse a un credo y a una religión en sí. Mi opinión la tengo muy clara y creo que vosotros también.

No es juicio mío determinar si la moral de otra persona está bien o mal. Puedo opinar, pero no soy quién para juzgar. Cada uno sabrá en qué basa su código vital, aunque, obviamente, mi opinión va a estar ahí.

El principal problema de la religión estriba en que no se desenvuelve en un entorno cerrado. La religión tende a expandirse, a ganar territorio, "evangelizar" que dirían mis queridas profesoras de antaño. Y al evangelizar no sólo busca ganar adeptos sino poder político, y desde este poder político, articular el Estado y la sociedad desde una perspectiva puramente religiosa. Así, al fundirse con el poder político no sólo se extiende la superstición como ley, sino que aparecen las grandes lacras de la política. Codicia. Tiranía. Represión. Y la religión se convierte, encima, en una excusa para las mismas.

Históricamente, por fortuna, la cosa ha ido -más o menos- en una dirección moderadamente racional. Ya no somos teocracia, como en el Siglo de Oro -manda huevos con el nombre- pero aún así estamos muy pero que muy lejos de ser un país laico. A bote pronto me viene a la mente la LOMCE, tan fresca como un salmón de temporada, con su Religión computable para nota media y todo lo que ello implica, entre otras cosas poner la Religión a la altura de las ciencias a nivel académico. Hablamos de una asignatura destinada a la evangelización, ni más ni menos, por no mencionar los sueldos de los profesores de religión, provenientes del erario público.

Otra razón para negar el laicismo del país es el pastizal que la Iglesia y sus organismos asociados (no olvido, y ahora menos, que más allá de formalismos, los catequistas, sacerdotes y obispos cacarean a toda hora que Iglesia es TODA la comunidad de creyentes):

Profesores de religión y otros cargos religiosos: el Estado aporta 500 millones de euros para pagar los sueldos de 33.440 profesores de religión, más 17 millones de euros para los sueldos de capellanes en cuarteles, hospitales y cárceles. A esto hay que añadir las indemnizaciones que ha tenido que abonar el Ministerio a los catequistas, en respuesta a sus reclamaciones.

Conciertos educativos: existen 2.376 centros concertados (el 80% de los centros privados), con 1.368.237 alumnos y 80.959 profesores. En total, 3.200 millones de euros.

Exención de impuestos: le supone un ahorro a la Iglesia de 750 millones de euros, considerados a efectos de estos cálculos como una ayuda más del Estado a la Iglesia.

Donación de solares para templos: en Valencia se han cedido al menos 10 parcelas en la última década.
Ayudas directas a la Iglesia para el sostenimiento de su patrimonio artístico e inmobiliario: 280 museos, 103 catedrales o colegiatas con cabildo y casi mil monasterios. Las administraciones públicas en 2005 gastaron 200 millones de euros para obras de conservación o reforma.

Desgravación de los donativos: las donaciones a la Iglesia Católica desgravan un 25% del IRPF (caso de personas físicas), y un 35% del Impuesto de sociedades (caso de personas jurídicas). Pero el Estado devuelve a los fieles, y por tanto aporta, el 25% (o el 35%) de esa cantidad. Esto supone 71 millones de euros.

Asignación tributaria (0,5239% del IRPF) 
 129 Mill. €
Complemento estatal
 13 Mill. €
Profesores de religión y otros cargos religiosos
517 Mill. €
Conciertos educativos 
 3.200 Mill. €
Exenciones de impuestos 
750 Mill. €
Sostenimiento de patrimonio artístico e inmobiliario
200 Mill. €
Desgravación de donantes
71 Mill. € 

Fuente: XTantas

Haced la suma, chatines. De todas estas cifras, la asignación tributaria es la única en la que el ciudadano puede manifestar su parecer, marcando o no la casilla en el IRPF. En cuánto a los conciertos educativos y el patrimonio artístico e inmobiliario, se esgrime el argumento de que ésto le arregla dinero al Estado, tanto en presupuestos educativos como en restauraciones varias. Mi pregunta entonces es, si el Estado financia de forma tan generosa estos pormenores, ¿por qué no son públicas las Iglesias? ¿Por qué tampoco lo son los concertados?


Y por último pero no menos importante, está este detallito, una minucia ná más, este pequeño pedacito de BOE donde podemos leer que "el Estado entregará mensualmente  a la Iglesia Católica la cantidad de 13.266.216,12 euros". Por no mencionar la exención del IBI que el ejecutivo del PP garantiza a la Iglesia, con total libertad para pasarse este gravamen por el forro.


El fondo del asunto, fuera de los bailes de cifras de Internet y los bulos de una y otra parte que corren a una distancia de dos clics en Google, es el simple hecho de que el Estado financie una superstición con el dinero del contribuyente. Si se tratara de escuálidas sumas me parecería ya inadecuado, pero a este nivel me parece a todas luces una barbaridad. 

¿Qué razón nos empuja a financiarla? ¿La caridad? La Iglesia Católica per se no aporta nada a Cáritas: de la financiación de la ONG, un 0'15% proviene del Fondo Interdiocesano, y un 0'76% de Organismos diocesanos. Esto hace un 0'91% del presupuesto general que proviene de fuentes paralelas a la Iglesia, aunque Cáritas no los haga figurar como 'Iglesia Católica'. 

¿Es la educación de sus colegios concertados? La intervención directa de la religión en materia educativa no ha probado mejorar los resultados académicos, y debo decir que a nivel personal lo dudo bastante. La educación se mejora con profesores mejor formados, mayor coordinación entre departamentos educativos, un plan de estudios sólido y un presupuesto a la altura.

¿Es la calma de la ansiedad de los españoles, como dice TVE? Si hemos de encomendarnos a ídolos de madera y murmullos vacuos en lugar de a la razón, el apoyo psicológico y la mejora real de las condiciones de vida, apaga y vámonos.

En un Estado legítimo la Iglesia Católica no tendría nada que decir y no se le aportaría un céntimo como institución, ni a ella ni a sus organismos asociados de cariz religioso. No se debe permitir que una institución homofóbica, manipuladora y ferviente enemiga del progreso científico y moral esté alimentada por el dinero del contribuyente. A título personal considero esto el mínimo de democracia que debemos exigir.







domingo, 19 de mayo de 2013

...III

El pasillo crepitaba, ardía. El fuego sin llama se palpaba en el aire, invisible. Se sentía en la punta de los dedos, en las mejillas, en la gota de sudor que como una semilla germinaba en su frente y se suicidaba lanzándose por el puente de la nariz.

Y al fondo del pasillo, una puerta de roble, erguida como un centinela tallado en madera. Y el pasillo parecía fluctuar, alargarse. Ensancharse. Acortarse. Y el pomo parecía por momentos cercano, rozando la yema del dedo índice, y por momentos lejano como el satélite de la Tierra.

Se dio cuenta de que la energía a su alrededor perdía la forma, el orden, y que la estructura de la realidad no iba a sostenerse sobre unos pilares que temblaban de esa forma. De modo que avanzó un paso, luego dos, mientras el calor intenso secaba las gotas de lluvia que aún perlaban su chaqueta.

Y la abrió.

El umbral de roble dejó paso a una sala gigantesca.

Avanzó un paso, luego dos, y la puerta de roble se cerró con estrépito a su espalda. Nada sentía ya. El fuego invisible había sido silenciado, el calor había cedido paso a un tibio ambiente, el olor de azufre a aroma de rosas en agua. Lo cual podía ser bueno o terriblemente nefasto.

La sala podría haber sido cualquier sala, una sala de banquetes, una sala recreativa, una sala de torturas,  podría haber sido desde el sótano más pestilente de Londres hasta el despacho oval del presidente de una nación. En lugar de ello, era una sala de baile. Una gigantesca y amplia sala de baile.

Y allí estaba aquella a quien había ido a buscar.

Ella era alta, delgada, con el pelo oscuro recogido en un moño, como un alfiler rematado de negro. La piel, de un tono café, parecía latir, aterciopelada, pulsante. El rostro debió haber sido bello. Sin embargo era imposible hallar belleza actual en aquellos ojos desorbitados, inyectados en sangre, en la mueca rígida y salvaje, psicopática, sádica, como un demonio oni japonés. En las aletas de la nariz, que temblaban por la respiración atormentada y rápida.

El nivel de transformación era evidentemente alto en ella. Aquel rostro era suficiente para que el más templado de los hombres hubiera salido corriendo y hubiera bloqueado la puerta con algo lo suficientemente grueso como para no dejar salir a aquello, fuera lo que fuera.

El hombre detectó la energía que emanaba. Un patrón en apariencia constante, estable, pero con unas palpitaciones intensísimas a intervalos irregulares. La energía que había estado a punto de derrumbar el pasillo había quedado reducida a algo mucho menos llamativo, más bajo, más discreto, pero inquieto.
El hombre sabía bien que aquello sólo podía significar algo.
Estaba evolucionando.

Súbitamente ella se dobló, emitió un gañido sordo y prolongado, seguido de un grito desgarrador que venía de los límites de lo infrahumano; cayó, se puso a cuatro patas, el moño a punto de deshacerse liberaba mechones de pelo que le colgaban sobre el rostro oculto, violentamente contraído.

Sin embargo, Él no había venido desde los confines de la mente, había pasado fronteras y había sido llevado en el taxi de Clovis bajo la lluvia atronadora para dejarse acojonar por una simple transformación.

Hurgó en su gabardina, sacó una petaca. Con toda la tranquilidad del mundo rodó el tapón plateado, inclinó el recipiente y derramó un largo chorro de whisky sobre su lengua. Bebió con vehemencia hasta medio vaciar la petaca. Luego la tapó y guardó.

A la cosa se le estaba acelerando la transformación. Sin embargo, el bebedor de whisky poca prisa tenía en impedirlo. Observó con paciencia la chepa que crecía en la espalda de la criatura, gruesa y abultada como un bulbo de tulipán, pero de un tamaño que poco a poco igualaba el de un niño.

Él extrajo esta vez un libro, grueso, de cubiertas de un azul oscuro como el mar en invierno, lo hojeó rápida y distraídamente y puso el dedo en una página, manteniendo el libro ante sí.

-Frida Wilkins. -pronunció con voz serena, ronca, baja aunque lo suficientemente clara para oírse en toda la sala.- Tienes algo en ti que no es tuyo. He venido a matarlo. He venido a liberarte. No será agradable, ni rápido, ni, por supuesto, indoloro. Pero tu mente y tu familia lo agradecerán.

La chepa estalló, liberando multitud de tentáculos, gruesos como el brazo de un hombre adulto, que se desparramaron por el suelo de la sala de baile, inundándolo de extremidades y terror. El cuerpo quebrado de Frida se elevó, sujetado por los tentáculos que emergían de su espalda. Sus ojos parecían cerrados. Ya no era ella la que tomaba el control, sino aquello que la habitaba.

Él buscó rápidamente algo ingenioso que decir. Se le solían ocurrir cosas realmente hilarantes y que a su parecer ayudaban a romper el hielo, pero estaba extrañamente bloqueado en aquel momento. Quizá necesitaba más whisky, quizá necesitaba un polvo, quizá necesitaba terminar aquello rápido y largarse a casa.

La cosa no le dio opción. Se abalanzó sobre él.

Seguidores