jueves, 8 de agosto de 2013

Dragonfly down

Una libélula yace aplastada sobre la madera del escritorio, como una brizna rota de hierba. Exhala un último estertor y mueve las patas.

En una burda imitación, me remuevo en la silla toqueteando teclas, automáticamente, perdido en el breve espacio de aleatoriedad que permite el cóctel de ocio y aburrimiento. La fiebre acucia, la garganta arde. El ibuprofeno tarda su ratito en hacer efecto. Aunque mi mente parezca estar pegada al ordenador, realmente está un tanto lejos. Está muy por encima de estos tejados, está planeando torpemente como un zángano gordo, buscando, persiguiendo a alguien, a algunos, buscando el verano que me prometí y no supe darme. Buscando tantas oportunidades que he perdido, por las circunstancias o por pura necedad, buscando el tiempo desperdiciado en lamentaciones. El zángano olfatea la luna y, borracho, se estrella contra un árbol. Y yo en mi cuarto, sudo, y sudo. Y me lavo la cara con agua fría. Es hora de dormir.

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