martes, 23 de septiembre de 2014

retazos en tren

Somos residuos gaseosos atrapados en la espiral de una vía de tren. Una exhalación lanzada al aire, al humo de un coche en tus pulmones cuando sales a la calle.
Soy descreído con casi todo porque he sido descreído conmigo mismo muchísimos años. Se conoce mejor a uno mismo a través de la desconfianza. Se aprecian mejor los límites, su textura, carácter, su acidez.
Eres un pedazo de carne y hueso propulsado a velocidades insondables sobre un fragmento de roca a través del espacio, en una elipse maníaca. Si tal hecho no nos vuelve locos no veo por qué debería hacerlo saber que tenemos límites.

No somos honorables soldados ni una sinfonía de metal pesado. Somos un puñado de desheredados. Somos un producto de una sociedad postindustrial y cada año de este aún joven siglo lo pasaremos arreglando el puto estropicio que dejaron nuestros predecesores.
Comer para vivir, trabajar para comer, estudiar para trabajar, empobrecerse para estudiar. Estudia esas secuencias, cómo crean vectores a través del plano de tu vida. Toma conciencia de la exacta sucesión de acontecimientos que te han llevado a este preciso momento. A nadie le importa una mierda lo que podría haber sido. Sólo lo que es, esta tangible circunstancia que te ata los pies con una soga a tu exacta localización en este mismo instante.

Mírate y dime que no tienes límites. Dime que no lo has enviado todo a la mierda alguna vez.
Mírate. Dime que no estás harto de esta infinita vía de tren, de dar tumbos. De contar cicatrices cada vez que te rozas con el filo candente de tus propios límites. Dímelo.

Pero no me digas que el estar perdido no te ha endurecido, no me digas que el camino no ha sido revelador. No me digas que ninguna conversación, ningún intercambio de ideas, ningún derramamiento de lágrimas, ninguna compañía inesperada ni noche en vela te ha cambiado. Ni que el látigo ensordecedor de tu propia mortalidad no te ha hecho aprender, no te ha hecho superar la barrera líquida entre verdad y mentira. Después de todo.

Quizá en unos años, cuando estés desenterrando la mierda de mil generaciones, cuando nada te sorprenda, cuando el rotar de los días y el humo de contar las horas parezca la única posibilidad, eches de menos el camino, después de todo. Y el resucitar una parte dormida de ti cada día.

Después de todo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Cayado y suela

Es mediodía y las horas, como mi cuerpo, avanzan a medio gas. Sigo odiando la humedad de Valencia y la costra de sudor que deja en mi piel, como un legado, o un recuerdo.
Dos días de resaca y una huella en mi mente, y mi cabeza se escurre de las garras del sueño con la misma agilidad que un ciempiés atrapado en un tarro de miel.
La costumbre de vivir entre casas ajenas se niega a dejarme, y aquí sigo, mientras el aire que entra por la ventana se debate entre seguir obligándome a sudar o darme un puto respiro.

Es la primera vez en dos meses que piso esta ciudad y parece que cada vez es distinta. Es una amante que lleva un pelo distinto cada vez, o un adolescente que evoluciona como una larva en busca de su lugar en el gran esquema de las cosas. Lo bueno de los sitios es que nunca sabes si han cambiado ellos, o tú, o ambos.
Tengo hambre, o eso creo, aunque quizá sea mi estómago pidiéndome clemencia o que hoy no vuelva a beber. Quizá si vuelvo a vomitar esta vez acabe bastante peor, o eso parece.
Acabo de terminar otro libro y ya busco el siguiente, otra mente y prosa que devorar con los ojos. Alguno mejor que el anterior, o sólo distinto. Alguno que me cambie la vida, o que le cambie el color al día. Todas las ofertas son buenas.

A veces me pregunto si visitarte. Si llamar. Si dejar una nota. A veces me descubro buscándote entre la multitud. Pienso que no sé quién eres. Tal vez no lo descubra hasta que no sepa quién soy yo. Tal vez cuando deje de beber, o de resfriarme, o de buscar felicidad o refugio o respuestas en los lugares equivocados, tal vez entonces recuerde tu nombre y tengas una llamada. Sólo que no sé quién serás cuando te vea. Quizá eres como Valencia y cambias, mutas, día a día, segundo a segundo. Con cada gota de cerveza derramada y cada polvo en un garaje, en un coche, en una terraza o en el último rincón de tu piso de estudiantes.

Seguidores