jueves, 9 de julio de 2015

manillas rotas

Dices verano y el piloto del aire acondicionado chisporrotea.
La quejumbre del mediodía pesado como el plomo te persigue hasta dentro de los trenes. Cada traqueteo es una sinfonía. Cada eco de tus párpados, un minuto que muere.
Y nos dedicamos a ver el tiempo morir, en sus mil formas y disfraces. A sentir la cerveza hirviéndote las sienes, A que el sol naciente sea nuestro heraldo y las resacas nuestras consecuencias.

A seguir los caminos que quieres seguir porque el tiempo disfrutado es lo único que parece detener los relojes. A retener el grano de arena de la clepsidra en caladas, tragos, besos, mordiscos y las muecas que preceden a las carcajadas. A lanzarte de cabeza a los pozos porque has aprendido que las noches de tu vida son tan naturales como los días y que no puedes levantarte si no has dado un traspiés.

Llevas cicatrices de sol junto a los callos en las manos y las ojeras de no dormir por el calor que ya son tan parte tuya como tu costumbre de pillar resfriados. Aprendes a guiarte por el tictac de las sístoles y diástoles como el aprendiz de músico se guía por el metrónomo y simplemente persigues, persigues aquel grano, para que no muera, para sostenerse en un vacío corporal que nos salve del vacío existencial.

Y que si no podemos rebobinar el momento, lo hagamos durar para siempre.

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