viernes, 30 de marzo de 2012

Moraleja


Frecuentemente se dice que las personas muestran sus verdaderos rostros cuando la adversidad acecha. Esto, amigos, es una verdad como un templo.
Todo bicho viviente, llegado cierto tiempo, encuentra a otros bichos. Compartís afinidades, os reís un par de veces y ya creéis llevaros bien. En algunos casos os conoceís desde que sois larvas y el lazo se vuelve bastante estrecho.
Los llamas amigos. A las personas como yo nos cuesta mucho considerar a alguien "amigo", y no es una palabra que se pueda usar al azar. Amigo es quien ha soportado viento y marea a tu lado, quien te ha visto llorar y a quien has visto llorar. No es un título que se entregue al azar.

En ese grupo de amigos, siéndolo unos más que otros, llega, como no podría ser de otra forma, la adversidad. Un problemilla, un inconveniente, una brecha en el tejido de la rutina que como bien predijo Murphy llega justo cuando tienes el culo bien asentado en la silla y por fin te sientes en armonía con el universo.
Un problema. Bien, afrontémoslo, vayamos codo con codo juntos y colaboremos para solucionarlo. El problema se subraya cuando es precisamente uno de tus amigos el causante. Aún así, no tiene por qué llegar a holocausto. Se puede hablar.
¿Qué ocurre, pues, cuando el susodicho se niega a solucionarlo? Algo no va del todo bien. La simple lógica dicta que si todo estaba bien y de golpe y porrazo pasa a estar mal por algo que tú has hecho, la culpa es tuya, ergo, si no quieres arriesgarte al desprecio unánime del grupo deberías solucionarlo.

Reconozco que tengo mal genio, pero ante estas situaciones intento echar mano de una dosis de horchata en sangre. Soy de los que creen que todo problema tiene arreglo por peliagudo que parezca. Pero cuando el mismo causante no colabora...¡tenemos escalera!
Y cuando se parte el grupo en dos, a favor y en contra del causante...¡tenemos póker!
Hablas y hablas, los chats entran en ebullición, usas todos tus argumentos, intentas por activa y por pasiva, metes alguna amenaza sutil entre las líneas de buena educación, y... NADA.
Resulta que tus amigos se niegan a entenderte.
Resulta que la culpa, después de haber estado sufriendo por culpa de un cambio desencadenado por ellos, es TUYA.
Resulta que para ellos vales tan poco que reconocer el error (ya ni hablemos de enmendarlo) es un coste demasiado caro.

Te cagas en Hobbes por haber tenido tanta razón en sus ensayos y tiras la toalla. Au revoir, arrivederci, sayonara. Caes en la cuenta de que amigos era un epíteto poco apropiado. Los verdaderos amigos son los que durante la criba han movido un dedo por ti, no los que no.

Moraleja: júntate con quien te apoye y por quien valga la pena pasarlo mal, porque sabes que ante la adversidad reaccionarán como es debido. A todos los demás, tenlos por lo que son. No por otra cosa.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Quit




Suficiente con apagar la música para sumir la habitación en el silencio. Suena a lo lejos la tele desde el comedor, y el único ruido que puedes captar es el ruido del ventilador del portátil y el zumbido leve del halógeno.
Todo el día leyendo, en el móvil, en el ordenador, en los apuntes, las letras remezclándose en un contenedor de memoria que mi mente desechará, como tantas otras veces.
Me duele la cabeza por mirar a la pantalla. Una migraña sorda y leve, aun molesta, rascándome la parte de arriba de la nuca.
Problemas, discusiones, chorradas que parecen ya casi inexistentes a estas horas de la noche. Solo quieres dormir, adelantar, el tiempo, despertar a un nuevo día.
Bostezas y das un pequeño repaso rápido en tu cabeza a cada conversación del día, cada tic de Whatsapp, cada tweet, cada mensaje de Tuenti, intenciones, sentimientos, frustraciones, rencillas, odios, sensaciones plasmadas en caracteres que te ha tocado recoger, como un heraldo moderno con móvil e Internet.
Escribes una entrada más, como en un diario, apenas intentas que sea hermosa, sólo pretendes dejar constancia. De qué quizás lo mismo que hace que hoy sea un día más lo convierte en un día especial. ¿Especial? Puede. Como tantos otros.
Echas de menos muchas cosas en ese momento. Muchas. Pero la que más añoras, sin duda, es la almohada. La migraña y el lento descender de los párpados te guían a ella.

Buenas noches.

viernes, 23 de marzo de 2012

Digamos acelerado. Sí, quédate con esa palabra.
Es culpa de la droga. Sí, llaman a tu puerta, te dicen, estamos en el cuarto. ¿Quieres un poco?
Tu cerebro dice: "No tengo nada mejor que hacer". Tu miembro viril dice: "Yo tampoco a menos que abras esa carpeta que tienes guardada yatusabesdónde". Suspiras, sí, ahora voy.
Entras y te sientas. ¿Qué coño estáis tomando? Prueba un poco, es una delicia. No, no es nada duro. No somos yonquis.
Te tienden ante las narices un bastón de fuego. Lo tomas por la puntita y te lo llevas a las fauces. Devoras la primera calada como el primer llanto de un bebé, con ganas, ávido.
Desploman polvo sobre la carátula de un CD, el plástico brilla a la luz de la lampara espolvoreado de blanco hueso.
No, no es cocaína. Es algo recreativo, menos ofensivo, juguetón. Un dado trucado. 
Entra por el orificio nasal, pica un poquito. Deja regusto a pica-pica de quiosco en tu paladar y un enjambre de sensaciones al pasar a la sangre.
Pupilas dilatadas ligeramente, que crecen conforme la droga alcanza su culmen. Boca seca, bebo agua. Luego cerveza. Se termina. ¿Agua otra vez? ¿Soy un dromedario? En fin.
Hablas, y quieres seguir hablando. Hablas de una escena incómoda, quieres saber el final, de repente alguien corta el rollo y planea un superdíafiestachachipiruli de drogas y música. Dices: "GUAY, pero contad la historia, es la 1214143º vez que cambias de tema". En fin. Repito palabras. Me expreso con coletillas que bailan agarradas sobre mi discurso. Hablas de sexo, cómo no, el tema central de la vida humana. Un par de anécdotas entrelazadas con un "me gusta..." y el consiguiente lugar/zona erógena/postura/etc. fluye por encima del aire. Nos quedamos mirando cómo se mezcla con el humo de las colillas y asciende al Olimpo de escayola que es el techo.
Y se van, te dejan solo, y dices, me encierro. Hablas, no está, dónde está, se ha dormido, mierda, hola, qué tal, no, a ése no le hablo, ¿por qué lo tengo agregado? fuera.
Terminas escribiendo basura que sólo apreciaría alguien en tu mismo estado mental. Aprietas los labios y terminas, con un saltito de ballet de tus dedos de tecla a tecla, escribes FIN, apagas y duermes.

lunes, 19 de marzo de 2012

R de revancha.

Apenas habías subido al tren cuando te eché una última mirada y empecé a caminar por el andén. Cada uno de vuelta a casa. La estación bullía de actividad, personas llevando maletas de camino a destinos separados, diferentes, quizá cruzados y revueltos, cada uno tomando su ruta por su lado.

El centro hierve con olor de sudor, churros y estruendo de pirotecnia. Recuerdo la tarde anterior y el tacto reseco del césped del parque mientras apoyaba mi cabeza en tus piernas. Recuerdo el tacto de tu piel y tu sabor en mi boca.
Un destello de melancolía cruza mi cabeza aunque sé que te veré pronto, muy pronto. Un reencuentro súbito con tu cuerpo y tu mente, con aquel baile de miradas, manos que aferran con ansia al otro y sexo que dura horas intensas como rojo fuego. Lenguas que danzan suavemente, besos largos, desnudez y abrazos nocturnos bajo las sábanas. Un desfile de sensaciones, noches que se me quedan grabadas y que me arrancan una sonrisa al día siguiente aunque no haya dormido nada, me duela la espalda y los labios se me sequen.

Recuerdo cada andén donde me he despedido, cada tren en el que te he visto subir, cada ir y venir entre risas y besos cómplices, del pueblo a la ciudad, por la ciudad misma, por el pueblo mismo. Tantas calles, tantas copas, tantas camas, tantos orgasmos. Esbozar dibujos de placer en tu piel y arrancar gemidos con la lengua. Todo aquello prohibido, olvidado y vuelto a recordar, todas esas cosas tachadas de la lista o pendientes para el próximo encuentro.

Todo el juego que nunca termina y que no quiero que termine, todo el hecho, el fenómeno, el efecto de los dos, tu voz diciéndome a la oreja lo que quiero oír, mi voz contestándote y tus labios curvándose en una sonrisa.

Y me repito que nunca es un adiós, sino un hasta luego.

martes, 13 de marzo de 2012

Adelante y atrás.

Imaginad un péndulo. Una soga sosteniendo un peso de masa indefinida, que se balancea con parsimonia y se columpia sobre el suelo dibujando curvas en el aire, con monotonía.
Adelante y atrás, apenas modificando el rumbo, sólo volviendo a subir...bajando...y ascendiendo de nuevo, en una ruta que empieza pero no acaba, siempre igual.

Es nuestra vida, mi vida, la tuya. Es una hoja de ruta casi totalmente prefijada, un guión que predice cada acto, un oráculo del siguiente movimiento. Todo lo que ocurra volverá a ocurrir, igual que el péndulo sube y, tras bajar, sube de nuevo y regresa. Apenas unos centímetros diferencian la anterior ruta de la presente. ¿Son unos centímetros suficientes para cambiar un destino?

Das importancia a tus capacidades, a tu fuerza, a tu perseverencia, rechazas el determinismo de todo esto. ¿Realmente eres tan fuerte? ¿Realmente puedes cambiar? ¿Puedes hacer que el mundo cambie? ¿O te dejarás llevar, sumido por el balanceo, la repetición, la constancia de los hechos?

Hagamos una apuesta.


martes, 6 de marzo de 2012

Los tres primeros párrafos.


Todas las noches. Es algo constante, invariable, fijo como un obstáculo pesado e imposible de mover. Un acontecimiento prefijado, siempre en el mismo orden y de la misma forma. Constante, inefable. Tan irreal y desconocido como el vacío. Y sin embargo se me antoja imposiblemente familiar.

La hierba, alta, verde, húmeda del clima atlántico recorta una silueta de sierra contra el cielo nublado. Los dólmenes, piedras musgosas y ciclópeas, más viejas que el tiempo y quizás que la humanidad que las arrancó de la montaña, se enclavan en el suelo pleno de barro como vigías del horizonte y testigos del delirio que desfila ante mis ojos. Tras ello, como si fueran fotogramas de una película, cambia la imagen, acude la oscuridad como un súbito telón, un pantallazo negro. Y de ella emerge un pilar de luz vertical, venida de alguna parte. La luz toma tierra en un suelo rocoso, desnudo y escarpado, engalanado por un pedestal, de cuyo tórax nace una máquina. Dos brazos artificiales de algún metal indeterminado abrazan la luz que cae lentamente sobre ellos, cubriendo a su vez una especie de tarro dorado que gira con parsimonia, cual centenaria caja de música dejando adivinar parte de los engranajes, los cables, la maquinaria que mantiene todo esto en funcionamiento, las venas y arterias de la criatura, instituyendo un equilibrio que sin embargo no me sugiere nada más que un horror indecible. El equilibrio del terror.

Todo se torna borroso. Vuelves a la hierba y por un segundo hueles la hierba mojada. Llueve y sigues allí, pero la visión se tambalea y tu mente te hace regresar. 

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