jueves, 27 de marzo de 2014

versos cobardes, IV

En calles empapadas de sol caminaba sola la lluvia. En una ciudad de barro reinaba un vendaval asolador.
Vidas de vestido violento manos hostiles, sexo con amor, piernas abiertas e intelecto hambriento, espirales ígneas de caníbal rencor.
Y orbitamos y orbitamos, errantes, ávidos, nucleares, cerrados, esperando mañanas de colisión.

miércoles, 26 de marzo de 2014

#22M

Hay una batalla en la ciudad.
Hay engranajes rotos, bandadas sin brújula
hay locos y maleantes de uniforme
hay una canción silbada entre los árboles.

Hay clandestinidad y lucha,
hay sangre y miradas infectas,
hay una antología poética en cada plaza,
hay risa y verbo.

Y de esta fortuna callejera canto,
con gritos rudos y letras grandes,
con un puño en alto y el ceño inflamado,
con un ruido sordo en el vientre
que clama victoria.

Hay carcajadas y llantos,
hay pasos en vanguardia,
hay movimiento en la columna,
hay suspiros de guerra.

martes, 18 de marzo de 2014

versos cobardes, III

Hay una lírica especial
en las canciones cantadas a solas
en el suave rasgueo de una guitarra matutina
tocada por un solo par de manos.

Hay cierta magia solitaria,
ausente, cuarteada,
en cocinar para uno,
en calentar una sola cafetera.

Momentos de una paz teñida
de añil y verde claro
abarcando la totalidad de una cama
con un solo par de brazos.

Una mirada tímida al techo
un hola al día
un adiós al amor
un brindis a la soledad.

la inopia de lo divino

Llevo una cantidad notable de tiempo queriendo escribir esta entrada. He amasado últimamente un montón considerable de pensamientos e ideas sobre el tema de la religión, la existencia o no existencia de Dios y el significado en sí del concepto de divinidad y como además son ideas que provienen de distintas áreas -filosofía, psicología, antropología, incluso biología evolutiva- parece buena idea dejarlo por escrito, ordenar el cajón de sastre y poner al abasto de quien quiera ver un punto de vista alternativo mi visión del tema. Here we go.

Me considero ateo. En torno a la duda razonable que parece levantar la existencia de Dios, uno diría que lo más prudente sería mantenerse en un cómodo agnosticismo -"no tengo ni idea y tampoco quiero calentarme mucho la cabeza así que no me mojo"- pero no es mi caso.
Aunque no caigo en lo obtuso de negar de una forma categórica la existencia de Dios -al igual que un jurado ante la falta de pruebas tiende más a declarar al acusado "no culpable" antes que "inocente"- no puedo negar que el simple uso de la argumentación lógica en torno a la idea o concepto de Dios desmonta gran parte de dicha idea, por tanto, he de considerar que dentro del espectro "Dios no existe" a "No lo podemos saber" me decanto ligeramente por el primer bando.

¿Por qué? Bueno, dejando aparte los casos concretos de religiones concretas -curioso que cada una elabore un Dios distinto y todas quieran tener razón- preferiría centrarme en una imagen neutra de Dios, un concepto más bien ecléctico, o consensuado, como lo podríais llamar: un ente omnipotente, previo a la creación del universo y muy probablemente, de existir, responsable de dicha creación.

Razón número uno: dejando aparte nuestro obvio desconocimiento de otras formas de vida más allá de las basadas en el carbono, y de otras formas de vida alienígenas al planeta Tierra, podemos decir que tenemos un relativo conocimiento sobre los organismos de nuestro planeta. Existe un amplio consenso científico en torno al mecanismo evolutivo como explicación de los cambios en la vida desde el principio hasta nuestros días. Planteamos, pues, que la vida se origina a partir de la aparición, primero, de organismos unicelulares, que a lo largo de un amplio lapso de tiempo mutan y originan organismos pluricelulares, apareciendo desde este punto todas las amplias ramificaciones que forman los distintos reinos. Organismos simples sirven como punto de partida para organismos progresivamente complejos mediante el mecanismo de la evolución.
El concepto de Dios hace flaquear esta idea. La ubicación de un ser divino, omnipotente y probablemente omnisciente y omnipresente desafía la compleja taxonomía biológica, puesto que es difícil imaginar que un bicho así tenga una base física. Y aunque no la tuviera, ¿no resulta chocante que el ser más complejo del universo entero, un ser con suficientes recursos e inteligencia para crear todo el universo, existiera antes del universo mismo? ¿No es ello poner la pirámide de la evolución al revés? ¿Y en caso de que existiese, desde qué organismos evolucionó? Dios parece puesto con calzador en este esquema, entrando en el modelo ordenado y lógico de la vida como un elefante en una cacharrería.

Razón número dos: el concepto de Dios en sí tiene sus raíces en una necesidad cultural y puramente humana -ni idea si otras formas de vida inteligente se han planteado siquiera achacarle a un Dios el marrón de crear el mundo- como es explicar lo desconocido. Ante la incapacidad de recabar información empírica para explicar los hechos naturales -la vida, la muerte, las catástrofes naturales- o bien se define el suceso como inexplicable o se le atribuye a algo que es, a su vez, inexplicable. Ahí es donde el concepto Dios tiene su juego y su origen: en una visión primitiva e ingenua del mundo donde Dios acciona una palanca y las cosas suceden. Es fácil, puestos en esta perspectiva, concluir que Dios es una idea propuesta por un ser humano troglodita y en pañales, muy lejano de los medios necesarios para un pensamiento crítico, científico y cercano a la verdad.

Razón número tres: éste es, creo yo, el campo de batalla más duramente machacado en cuanto a la existencia o no existencia de Dios se refiere: la presencia de evidencia.
Las personas religiosas suelen mantener que no hay pruebas de la no existencia de Dios -que no las hay- cuando la carga de probar la presencia de algo puramente extraordinario recae sobre quien propone dicho algo. Y la ausencia de evidencia a favor, desde el juicio científico habitual, si bien no emite un juicio absoluto sobre que Dios no exista -podríamos ser incapaces tecnológicamente de obtener esas pruebas a favor, por ejemplo- sí que inclina la balanza, y muy notablemente, hacia un "no".
Usando un ejemplo ligeramente demagógico, si por esa falta de pruebas de que Dios NO exista asumimos que Dios SÍ existe, automáticamente abrimos la puerta a afirmar que existen los unicornios, los dragones, los leprechauns, los trolls, el monstruo del lago Ness, Bigfoot, los banqueros honrados y las cuñadas adorables. Pero no lo afirmamos, ¿verdad?
Obviamente podemos abalanzarnos sobre ese resquicio de que "no puedes probar que no exista" pero me parece una pérdida de tiempo y de ilusiones. En la inmensa mayoría de ámbitos científicos la ausencia de evidencia se interpreta como la ausencia de la existencia de facto, y simplemente se asume que el objeto/variable/relación/loquesea estudiado no existe. Curiosamente, en lo que a Dios se refiere nos empeñamos en empujar y empujar ese pequeño agujero teórico, como si en la ínfima duda razonable que queda se tuviera que hallar necesariamente la verdad.

Apoyándome en estos tres argumentos y evitando caer en falacias y fanatismos en la medida de lo posible suelo asumir que Dios no existe. No lo afirmo categóricamente pero es la postura más razonable a mi forma de ver a la vista de los hechos. Quedan aparte los cultos concretos, las supersticiones, el pensamiento mágico y el resto de tonterías -y cogiendo perspectiva parece claro que lo son- en los que la gente parece tan obstinada en caer. No soy doctor en nada y no pretendo sentar cátedra con estas notas sino sólo arrojar un poco de luz al tema y una opinión personal que me lleva hirviendo por dentro desde hace un tiempo. Estaré encantado de iniciar un debate sobre esto con quien sea, siempre que no me persiga con un crucifijo afilado. Besotes y buenas noches.

martes, 11 de marzo de 2014

Nos escurrimos en la noche. Cada día es una esquina infinita de un prisma oscuro en infinita rotación, tocado de laureles, embadurnado de ilusiones, ornamentado de fracasos. La vida gira y gira sobre sí misma como un sol arrogante y conspicuo, sobrevalorado e infravalorado a la vez. Ostenta la peculiar virtud -y a la par, maldición- de poder sorprenderte con frecuencia, no siempre de forma agradable, y de hacer que sientas las victorias con el sabor metálico de la sangre en la boca y las derrotas con una ebriedad pesada y ciega en el ceño.

Pienso a veces en la vida, al menos como yo la entiendo, como una larga línea. Concretamente, así es la vida a la que tú querrías aspirar. Todos esos éxitos, ilusiones y expectativas trazan un curso recto y firme a través del firmamento y tú eres el cometa que describe una asíntota hacia su seno. Y te acercas, cada vez más, y cada paso, cada ladrillo en tu torre es un movimiento más que te acerca a la final colisión, a aquel deseado impacto que te sumergerá en aquella felicidad que tus padres deseaban para ti y por la que has sudado, velado, bebido y follado.

Resulta que estaba equivocado. La vida a la que aspiras no es recta. No es uniforme. Es un sendero tortuoso como pocos, variable, a veces de una forma grotesca -como lo son las circunstancias que a menudo nos afligen- y que serpentea a lo largo de una cordillera infinita, casi con sorna, pero sin embargo aparentemente indiferente al curso que describas. Y a veces llegas a hundir las uñas en su piel y aspirar parte de esa olor, de esa euforia, que permanece durante meses en tu nariz, y otras veces te arrimas, aproximas tus manos con decisión y en ese justo instante desaparece para no volver a aparecer, quizá en años, o décadas, quién sabe.

La vida es un barco sin brújula, o lo que es peor, no tiene una brújula que tú puedas entender. Tan sólo puedes desplegar las velas, vigilar el clima, escoger una ruta y rezar a todos los dioses del mar por que sea la correcta.

Y quién sabe si lo será.

Y quién sabe si realmente es ése tu barco.

Pero ahí sigues, remando como un grumete adolescente. Y no tienes ni idea de lo que te queda por delante.

Paradójicamente, puede que ese estado de la mente sea comparable a hundir los dedos en la vida misma. A rozar las estrellas. A bajar la ventanilla durante un largo viaje en coche. Puede que no veas en todo tu trayecto vital el barco que buscas, pero siempre puedes cantar canciones marineras por el camino.

Y trasegar todo el ron que te apetezca.

viernes, 7 de marzo de 2014

versos cobardes, II

Tengo en la sesera
un tapiz desordenado.
Una nube gritona e histérica
de piernas, brazos, uñas
que en un moribundo combatir
araña la bóveda con ahínco.

Tengo quince instantáneas
de tu sexo, de tu cuello, de tus ojos
impresas en el dorso de mi alma
con tinta china y demasiadas agujas.

Clavos candentes y copas de vino
que me arrancaría con tenazas
quizá hoy mismo, quizá mañana,
quizá ningún día.

No hay segundos que más odie
que los tuyos y míos, fríos y calientes.
Y es que aun si tu cuerpo fuese una guitarra
seguiría teniendo fobia a tu música.

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