martes, 11 de marzo de 2014

Nos escurrimos en la noche. Cada día es una esquina infinita de un prisma oscuro en infinita rotación, tocado de laureles, embadurnado de ilusiones, ornamentado de fracasos. La vida gira y gira sobre sí misma como un sol arrogante y conspicuo, sobrevalorado e infravalorado a la vez. Ostenta la peculiar virtud -y a la par, maldición- de poder sorprenderte con frecuencia, no siempre de forma agradable, y de hacer que sientas las victorias con el sabor metálico de la sangre en la boca y las derrotas con una ebriedad pesada y ciega en el ceño.

Pienso a veces en la vida, al menos como yo la entiendo, como una larga línea. Concretamente, así es la vida a la que tú querrías aspirar. Todos esos éxitos, ilusiones y expectativas trazan un curso recto y firme a través del firmamento y tú eres el cometa que describe una asíntota hacia su seno. Y te acercas, cada vez más, y cada paso, cada ladrillo en tu torre es un movimiento más que te acerca a la final colisión, a aquel deseado impacto que te sumergerá en aquella felicidad que tus padres deseaban para ti y por la que has sudado, velado, bebido y follado.

Resulta que estaba equivocado. La vida a la que aspiras no es recta. No es uniforme. Es un sendero tortuoso como pocos, variable, a veces de una forma grotesca -como lo son las circunstancias que a menudo nos afligen- y que serpentea a lo largo de una cordillera infinita, casi con sorna, pero sin embargo aparentemente indiferente al curso que describas. Y a veces llegas a hundir las uñas en su piel y aspirar parte de esa olor, de esa euforia, que permanece durante meses en tu nariz, y otras veces te arrimas, aproximas tus manos con decisión y en ese justo instante desaparece para no volver a aparecer, quizá en años, o décadas, quién sabe.

La vida es un barco sin brújula, o lo que es peor, no tiene una brújula que tú puedas entender. Tan sólo puedes desplegar las velas, vigilar el clima, escoger una ruta y rezar a todos los dioses del mar por que sea la correcta.

Y quién sabe si lo será.

Y quién sabe si realmente es ése tu barco.

Pero ahí sigues, remando como un grumete adolescente. Y no tienes ni idea de lo que te queda por delante.

Paradójicamente, puede que ese estado de la mente sea comparable a hundir los dedos en la vida misma. A rozar las estrellas. A bajar la ventanilla durante un largo viaje en coche. Puede que no veas en todo tu trayecto vital el barco que buscas, pero siempre puedes cantar canciones marineras por el camino.

Y trasegar todo el ron que te apetezca.

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