martes, 18 de marzo de 2014

la inopia de lo divino

Llevo una cantidad notable de tiempo queriendo escribir esta entrada. He amasado últimamente un montón considerable de pensamientos e ideas sobre el tema de la religión, la existencia o no existencia de Dios y el significado en sí del concepto de divinidad y como además son ideas que provienen de distintas áreas -filosofía, psicología, antropología, incluso biología evolutiva- parece buena idea dejarlo por escrito, ordenar el cajón de sastre y poner al abasto de quien quiera ver un punto de vista alternativo mi visión del tema. Here we go.

Me considero ateo. En torno a la duda razonable que parece levantar la existencia de Dios, uno diría que lo más prudente sería mantenerse en un cómodo agnosticismo -"no tengo ni idea y tampoco quiero calentarme mucho la cabeza así que no me mojo"- pero no es mi caso.
Aunque no caigo en lo obtuso de negar de una forma categórica la existencia de Dios -al igual que un jurado ante la falta de pruebas tiende más a declarar al acusado "no culpable" antes que "inocente"- no puedo negar que el simple uso de la argumentación lógica en torno a la idea o concepto de Dios desmonta gran parte de dicha idea, por tanto, he de considerar que dentro del espectro "Dios no existe" a "No lo podemos saber" me decanto ligeramente por el primer bando.

¿Por qué? Bueno, dejando aparte los casos concretos de religiones concretas -curioso que cada una elabore un Dios distinto y todas quieran tener razón- preferiría centrarme en una imagen neutra de Dios, un concepto más bien ecléctico, o consensuado, como lo podríais llamar: un ente omnipotente, previo a la creación del universo y muy probablemente, de existir, responsable de dicha creación.

Razón número uno: dejando aparte nuestro obvio desconocimiento de otras formas de vida más allá de las basadas en el carbono, y de otras formas de vida alienígenas al planeta Tierra, podemos decir que tenemos un relativo conocimiento sobre los organismos de nuestro planeta. Existe un amplio consenso científico en torno al mecanismo evolutivo como explicación de los cambios en la vida desde el principio hasta nuestros días. Planteamos, pues, que la vida se origina a partir de la aparición, primero, de organismos unicelulares, que a lo largo de un amplio lapso de tiempo mutan y originan organismos pluricelulares, apareciendo desde este punto todas las amplias ramificaciones que forman los distintos reinos. Organismos simples sirven como punto de partida para organismos progresivamente complejos mediante el mecanismo de la evolución.
El concepto de Dios hace flaquear esta idea. La ubicación de un ser divino, omnipotente y probablemente omnisciente y omnipresente desafía la compleja taxonomía biológica, puesto que es difícil imaginar que un bicho así tenga una base física. Y aunque no la tuviera, ¿no resulta chocante que el ser más complejo del universo entero, un ser con suficientes recursos e inteligencia para crear todo el universo, existiera antes del universo mismo? ¿No es ello poner la pirámide de la evolución al revés? ¿Y en caso de que existiese, desde qué organismos evolucionó? Dios parece puesto con calzador en este esquema, entrando en el modelo ordenado y lógico de la vida como un elefante en una cacharrería.

Razón número dos: el concepto de Dios en sí tiene sus raíces en una necesidad cultural y puramente humana -ni idea si otras formas de vida inteligente se han planteado siquiera achacarle a un Dios el marrón de crear el mundo- como es explicar lo desconocido. Ante la incapacidad de recabar información empírica para explicar los hechos naturales -la vida, la muerte, las catástrofes naturales- o bien se define el suceso como inexplicable o se le atribuye a algo que es, a su vez, inexplicable. Ahí es donde el concepto Dios tiene su juego y su origen: en una visión primitiva e ingenua del mundo donde Dios acciona una palanca y las cosas suceden. Es fácil, puestos en esta perspectiva, concluir que Dios es una idea propuesta por un ser humano troglodita y en pañales, muy lejano de los medios necesarios para un pensamiento crítico, científico y cercano a la verdad.

Razón número tres: éste es, creo yo, el campo de batalla más duramente machacado en cuanto a la existencia o no existencia de Dios se refiere: la presencia de evidencia.
Las personas religiosas suelen mantener que no hay pruebas de la no existencia de Dios -que no las hay- cuando la carga de probar la presencia de algo puramente extraordinario recae sobre quien propone dicho algo. Y la ausencia de evidencia a favor, desde el juicio científico habitual, si bien no emite un juicio absoluto sobre que Dios no exista -podríamos ser incapaces tecnológicamente de obtener esas pruebas a favor, por ejemplo- sí que inclina la balanza, y muy notablemente, hacia un "no".
Usando un ejemplo ligeramente demagógico, si por esa falta de pruebas de que Dios NO exista asumimos que Dios SÍ existe, automáticamente abrimos la puerta a afirmar que existen los unicornios, los dragones, los leprechauns, los trolls, el monstruo del lago Ness, Bigfoot, los banqueros honrados y las cuñadas adorables. Pero no lo afirmamos, ¿verdad?
Obviamente podemos abalanzarnos sobre ese resquicio de que "no puedes probar que no exista" pero me parece una pérdida de tiempo y de ilusiones. En la inmensa mayoría de ámbitos científicos la ausencia de evidencia se interpreta como la ausencia de la existencia de facto, y simplemente se asume que el objeto/variable/relación/loquesea estudiado no existe. Curiosamente, en lo que a Dios se refiere nos empeñamos en empujar y empujar ese pequeño agujero teórico, como si en la ínfima duda razonable que queda se tuviera que hallar necesariamente la verdad.

Apoyándome en estos tres argumentos y evitando caer en falacias y fanatismos en la medida de lo posible suelo asumir que Dios no existe. No lo afirmo categóricamente pero es la postura más razonable a mi forma de ver a la vista de los hechos. Quedan aparte los cultos concretos, las supersticiones, el pensamiento mágico y el resto de tonterías -y cogiendo perspectiva parece claro que lo son- en los que la gente parece tan obstinada en caer. No soy doctor en nada y no pretendo sentar cátedra con estas notas sino sólo arrojar un poco de luz al tema y una opinión personal que me lleva hirviendo por dentro desde hace un tiempo. Estaré encantado de iniciar un debate sobre esto con quien sea, siempre que no me persiga con un crucifijo afilado. Besotes y buenas noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores