miércoles, 28 de agosto de 2013

En route.

Hay días para la duda y días para la claridad. Establezcamos unos hechos con cierta certeza: ha sido mi año de mierda. No tanto por los problemas sino por mi forma de afrontarlos. Y es que, joder, no es algo que tampoco pueda negar: sigo siendo como un niño. Sigo siendo demasiado fácil de asustar. Da miedo reconocer ese hecho, la propia fragilidad, y aún más redundar en lo mismo: las vueltas y vueltas al propio miedo, ahondar más en dicha debilidad.
Probablemente no te des cuenta, pero terminas siendo el mismo chiste del que huyes. Terminas encaramándote a tu montañita de retórica y lírica, justificando con palabras vacías tu propia mediocridad. Y bien, de todo se cansa uno.

Voy a volver a construir. Ha sido un verano demasiado destructivo. Alguien ha de volver a la carretera y dejar las cosas en su sitio. Ojalá pudiera refugiarme de nuevo en esperanzas vacuas y en volver a abrazos y besos que fui dejando atrás, pero nadie va a dar el paso por mí, nadie va a decidir. Mi vida, mi lucha, mi camino. Y quien se acerque de buena fe y quiera construir conmigo, será bienvenido.

Nos vemos en route.

miércoles, 14 de agosto de 2013

No entendéis lo que quiero.

Coged un sentimiento recurrente. Coged uno de esos pensamientos que se deslizan como luciérnagas ciegas por vuestra cabeza cada noche antes de que la vigilia ceda. Cogedlo, agarradlo por el tórax como una tenaza de hierro. Aprisionadlo. Y luego devoradlo.

Quiero que hagas memoria. Inventario. Quiero que recuerdes cada mal momento, cada buen momento, a cada cabrón, a cada buena persona, quiero que los combines, que los cruces como perros, quiero que conviertas tu mente en el circo que tu vida no puede ser. Quiero que los visualices. Quiero que los transformes.

Quiero que cojas un lápiz, un boli, un teclado, una máquina de escribir, quiero que los uses. Quiero que escupas sobre el papel, que sangres, que lo lances todo. Quiero cada ápice de ti desparramado en la prosa. Quiero un retrato, quiero lo más profundo y agónico de tu alma. Y aún así no es lo único que quiero.

Quiero que leas. Quiero que toques libros, que acaricies sus cubiertas, que lamas las líneas de imprenta, que los leas ávidamente. Tómate tu tiempo. Sólo quiero eso, leer.

No tires tus ratos muertos a la basura. Sigue leyendo. Hojea artículos, periódicos, críticas. No te detengas ahí. Cuando te canses de leer, escribe.

No pares, ni siquiera hemos empezado. Quiero que unas todo lo que has aprendido. Quiero que lo amases, que lo ates a tus vísceras con cuerda de cáñamo, quiero que todo ello sea parte de ti. Quiero que lo transformes y quiero que te transforme. Te quiero mutable, caótico, plastilina, arcilla.

Quiero que viertas tu contenido en el texto. Hazlo. Quiero que no dejes nunca de desgarrarte, quiero que lo hagas cada vez más y mejor. Te quiero creativo, abierto, destructivo, constructivo. Quiero que evoluciones, que seas capaz de mirar adelante, que pintes con tu mente todo aquello que los demás no pueden y quieren. Quiero que halles el equilibrio en ello, tal y como yo querría. Y si no lo consigues, quiero que estés cómodo en el caos. Quiero que te muevas por él como una serpiente.

Te quiero libre. Te quiero lector. Te quiero de todas las formas en que nadie te querrá nunca. Quiero ser tu aprendiz y a la vez tu maestro. Quiero que aprendamos juntos.

Nunca lo dejes de lado, nunca abandones esto. Quiero que halles en estas pequeñas gotas de arte lo que no puedes hallar en el resto de tu vida, quiero que lo conviertas en tu refugio, en tu diminuta sesión de catarsis diaria, semanal, mensual, anual.

Y quizá cuando estés en la cúspide verás que sólo has arañado la superficie, y te maravillarás del infinito que supone tu mente. Te maravillarás de que tienes todo por hacer, y de que ello es hermoso. De que sólo somos gotas de agua de rocío salpicando el acero, y sin embargo poco a poco lo corroemos y lo oxidamos. Y quizá si cambiamos lo que escribimos, y si dejamos que lo que escribimos nos cambie, podemos cambiarlo todo.

martes, 13 de agosto de 2013

Un hijo de puta



Me quedé encerrado en la jaula de invierno dentro de aquel verano. Encerrado en mi propia trampa, en una maraña de miedos y parálisis varias a las que por inercia terminaba por regresar. Perder el tiempo, pensar y pensar, agarrarte a lo que en aquel momento te parecía la única oportunidad. Terminabas esperando por otros, imponiéndote una paciencia absurda, recriminándote cada momento en que perdías la fe, interiorizando la culpa, como siempre.

Tan callado, tan dócil, tan absurdo.

Pasabas la noche agarrado a una pieza de plástico, metal y coltán, engarzando lágrimas en mensajes y tragando palabras amargas a cada respuesta. Porque ninguna respuesta es la que uno espera. Y las ilusiones sólo existen para ser destrozadas.

Decidiste que no había tiempo para el drama -o qué quizá había demasiado tiempo como para condenarte a él- que ibas a seguir en la carretera, que ibas a dejarte llevar. Decidiste algo que hasta en aquél momento sabías que no ibas a cumplir, mentiste al mundo a sabiendas a cambio de una seguridad momentánea, efímera, apenas un asidero de un segundo desde donde salir del agua y respirar.

Lo cierto es que no hay seguridad. No existe tal palabra. El caos no puede permitir que la tengas, no va a darte lo que quieres, no va a hacer que la vida y los hechos encajen en tu rompecabezas de ilusiones. La navaja de Occam está oxidada y desmontada en un rincón. No existe el desenlace fácil. No existe un momento en el que todo vaya a dejar de complicarse y te deje en paz. No existe la persona que no vaya a darte la espalda tras prometerte algo.

Quizá la respuesta, aquella que esperabas cada noche, es que debes ser un hijo de puta. Un hijo de puta perfecto, inteligente y aterrador.

jueves, 8 de agosto de 2013

Dragonfly down

Una libélula yace aplastada sobre la madera del escritorio, como una brizna rota de hierba. Exhala un último estertor y mueve las patas.

En una burda imitación, me remuevo en la silla toqueteando teclas, automáticamente, perdido en el breve espacio de aleatoriedad que permite el cóctel de ocio y aburrimiento. La fiebre acucia, la garganta arde. El ibuprofeno tarda su ratito en hacer efecto. Aunque mi mente parezca estar pegada al ordenador, realmente está un tanto lejos. Está muy por encima de estos tejados, está planeando torpemente como un zángano gordo, buscando, persiguiendo a alguien, a algunos, buscando el verano que me prometí y no supe darme. Buscando tantas oportunidades que he perdido, por las circunstancias o por pura necedad, buscando el tiempo desperdiciado en lamentaciones. El zángano olfatea la luna y, borracho, se estrella contra un árbol. Y yo en mi cuarto, sudo, y sudo. Y me lavo la cara con agua fría. Es hora de dormir.

Seguidores