martes, 15 de octubre de 2013

don't hit the bottom

Hay lecciones que llegan pronto y bien, y otras que llegan tarde y mal. Una pena que sean mucho más numerosas las segundas que las primeras. Una pena, también, que lleguen tan mal.

Sabes, conozco a muchos que no reconocen las lecciones. No reconocen una buena dosis de verdad ni siquiera cuando ésta las aferra por los hombros y las sacude como cojines llenos de plumas. Estamos programados para ser cabezones. Para creer que estamos en lo cierto siempre. ¿Cómo podríamos confiar en nosotros mismos si no fuera así?

Conozco al tipo de persona que destinaría su tiempo, sus sentimientos, sus ilusiones, ya no a causas, dioses ni reyes, sino a personas. Al simple ejercicio de cuidar y proteger. Conozco a ese tipo de personas, hay muchas más de las que quieres creer. Realmente dan miedo. No se puede ser tan entregado. Desde lejos ya ves la hostia que se van a dar. La ves porque tú mismo has dado con los morros en las baldosas y sabes lo que tardan en curarse las encías. Sabes que hay dientes que ya no vas a recuperar. Lo tienes clarísimo, ya casi asumido. Has conseguido que las cicatrices sean parte de ti.

Y sin embargo, cuando ves a ese tipo de gente, estás al borde de prevenirlos, de decir "cuidado" de decir "huye ahora que puedes".

Pero no dices nada.

Les dejas continuar, en silencio, con una sonrisa indulgente.

Quizá porque aún tienes fe, en el fondo. Fe en que hay gente por la que vale la pena poner la mano en el fuego.

O quizá porque sabes que hay lecciones que hay que sentir en la propia carne.

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