lunes, 9 de diciembre de 2013

Disertación.

Llama Diciembre a la puerta y, como en tantos otros momentos -momentos de duda, distensión, tensión absoluta o momentos sueltos, de aquellos que puedes obtener en cualquier momento- echas la vista atrás. En el segundo año de mi carrera una profesora nos soltaba un tedioso coñazo sobre la forma en que la gente reorganiza sus vivencias en su memoria, y de la arcilla de todos aquellos momentos crea un todo, una larga lámina, o más bien un tapiz, donde se entrecruzan miles de personas, momentos, sentimientos.

Francamente, en aquel momento me resbaló. Muy magufo todo, demasiado inconcreto. Pero años después encuentro que no le faltaba razón en absoluto. Ahora mismo veo mi año pasado con unos ojos completamente distintos, y puedo verlo como un todo por fin, ahora que se acerca su final.

Y sí, ha sido un año de mierda. Ha sido quizá el año en que más indefenso me he sentido en toda mi vida. Se siente en el alma como una sucesión de martillazos, a cada cual con más puntería, que te parten las costillas como palillos chinos, fracturándolas y perforando tus pulmones con sus astillas. Una lista de desengaños, ya no en el amor, sobre el que no me han faltado temas para escribir largo y tendido sobre lo repugnante que puede llegar a ser una relación con alguien que no vale la pena, sino en todo.

Escribiendo claro y raso, hace exactamente medio año no sólo estaba recién soltero -yuju- sino que enfrentaba la perspectiva de que quizá no podría cursar cuarto de carrera, porque iba a tener dos asignaturas suspendidas. Ello equivalía a la ausencia de beca. Y la ausencia de beca equivalía a dejar mi único proyecto serio en la vida partido y enterrado, como las carabelas españolas en el fondo del Atlántico.

Hay distintas formas de enfrentar estas situaciones. Unos entran en pánico y se paralizan, otros resoplan y lo dejan correr por pereza y porque el barco se va a hundir igual, y otros tiran de uñas y dientes y lo defienden todo hasta el último aliento. Normalmente soy de los segundos. Y si ha habido sorpresas este año, una de ellas es que ahora sé que puedo ser de los últimos.

Se me quedó una, sí. Pero conseguí atajar la otra asignatura, gracias también a la suerte y a una profesora que tiene un valor humano mayor del que yo le atribuía. Y tras ello, el verano. Dos meses en los que perdí míseramente el tiempo intentando recuperar algo que había perdido y que estaba mejor perdido. No disfruté nada de ello. Y me arrepiento.

Volvió el curso y volvió Valencia, con gente completamente distinta, nuevas compañías y muchas barreras que superar. Valencia siempre me ha ayudado a escapar de los problemas, quizá no Valencia, sino la forma en que la veo: un refugio para mi independencia, mi capacidad de evolucionar, y un reto para mi inteligencia y mi coraje.

No sé muy bien qué lo hizo, quizá fueron un par de buenos momentos, quizá un par de líos tontos, quizá las risas, pero he conseguido reconstruirme. Llegué en Septiembre siendo un esqueleto, un fantasma, sembrado de dudas, de miedos, sin ninguna fuerza ni orgullo. Y sin saber muy bien por qué, soy como querría haber sido hace unos años. Ojalá pudiera sentirme siempre así, seguro y asentado como la roca. Firme y pulido como el acero de forja. Hasta me he tomado el lujo de ser cruel, unas pocas veces, y en su buena medida una crueldad afilada en el punto correcto sienta de maravilla. No siempre vamos a ser unos buenazos.
Incluso con un par de lorzas bien aseguradas, siento que puedo permitirme cierta vanidad. Y cierto -gran- orgullo. Porque no todos los años se supera la mierda como la he superado en éste y además se sale reforzado.

Y éste ha sido mi 2013. Y quien no quiera leerse este coñazo bien puede hacer otra cosa. <3

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