jueves, 26 de diciembre de 2013

Sucede a veces, sólo a veces. Es algo complicado de controlar. Es como un relámpago, un destello rápido que cruza por tu mente. Es delicado y sutil y sin embargo a veces sientes como si un tren de cercanías te atravesara de oreja a oreja. Suelen ser imágenes, fotografías varias, un lugar concreto, unas líneas escritas con boli en un papel. Un corazón garabateado en la esquina de un tablón de corcho.

Aunque cada vez suceda menos no puedes evitar sentirlo con más intensidad. En días lluviosos. En el fondo de las botellas y las chustas que terminas. En un conglomerado de luces navideñas. Atraviesa el silencio y te rompe un poquito por dentro. Casi abre una minúscula brecha en el hielo, cae una pequeña esquirla de violencia y soledad.

Sabes, he terminado con todo. He roto las postales. He guardado bajo llave los regalos. He borrado los mensajes, las fotos, las declaraciones incómodas. He dado de brochazos a esa puerta hasta dejarla casi fundida con la pared. Pero como sucede con la pintura fresca, no puedes evitar distinguir la diferencia. El borde un poco más blanco. El trazo más fresco y reciente.

Nunca nadie me ha envenenado tanto. Nunca me he dado una hostia tan grande, nunca apunté tan alto para nada. Nunca he tenido tantos proyectos y nunca me los han destrozado, pilar por pilar, piso a piso, tan meticulosa e impredeciblemente. Ni siquiera creo que te dieras cuenta. Ni siquiera creo que lo pienses así cuando te lamentas, si es que lo haces de verdad alguna vez. Dejé de pensar hace tiempo si era estupidez o maldad lo tuyo. Sigo sin saberlo.

Sé una cosa, y es que el tuyo es un veneno débil, como siempre has sido tú. Metiste los dientes bien hondo, pero no te ha servido de nada. Nunca dejé que me convirtieras en una colina donde clavar tu bandera. Nunca dejé de llevar el antídoto en el bolsillo. Siempre supe que esto terminaría así, de esta forma, aunque no lo dijera.

He derribado el puente. He borrado todo rastro de ti. Cada vez queda un poco menos de ti en mi cuerpo. Pronto no quedará nada. Ni siquiera la pintura fresca podrá revelar que pasaste por aquí. No habrá rastro de tu nombre en mi lengua.

Y puestos a envenenarnos, tengo algo bien claro: no hay veneno peor que el mío.

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