domingo, 10 de noviembre de 2013

spiderhead

Llegué a Valencia sobre un torrente de aire seco, sumergiéndome en los mares de sudor y humedad de la estación. El verano daba sus últimos coletazos. Casa nueva, curso nuevo, gente nueva. Sacudí el polvo a las maletas, al hígado y al cerebro. Dejé el corazón sobre la mesa, le pregunté por la esperanza y la ilusión. Tardó un mes en contestarme, ya en un Octubre cada vez más sombrío, y no pude sino despreciar la respuesta.
Así que guardé el corazón en un cajón y saqué la botella de vino del cajón de al lado, preguntándome si podía hacer latir mi cuerpo con aquello.

La respuesta fue un sí pero no, pronto olvidado entre tragos, alguna risa, y la mirada contemplativa a un cielo que nunca contestaba las llamadas. Un quizás, como todas las cosas de la vida, que quedaba ahogado en mañanas resacosas donde palpabas las zonas desnudas de la cama, buscando algo que estaba allí, pero al mismo tiempo no estaba.

Y como no podía ser de otra forma llegó Noviembre con su capa de frío y su viento estremecedor, llegó abriendo puertas y cerrando otras. Abrió el cajón de golpe y el corazón seguía allí. Con dos mangas de más volví a formularle la misma pregunta, siempre la misma. El corazón volvió a contestar.

Y cada vez bebo un poco más y vivo un poco menos. Y el invierno asoma, te sacude hasta la inconsciencia y te hace despertarte en tu cama mientras sigues palpando esos rincones vacíos.
Y el corazón cría un poco más de polvo en su cajón.

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