domingo, 22 de septiembre de 2013

No quiero vivir en un domingo.

No quiero vivir en un domingo. No quiero vivir entre vías de hierro gris y desnudo y trenes que van a ninguna parte. No quiero vivir en una eterna resaca, entre dolores de cabeza y recuerdos de noches que quedan atrás y atrás. No quiero vivir en una despedida permanente, en un adiós que enmascaras con fingida impasibilidad mientras caminas hacia otro lugar, lejos, diferente. No quiero vivir en un domingo porque los odio, los aborrezco, porque es un final y no estoy hecho para los finales.

Preferiría vivir en un lunes, en esa somnolencia mal disimulada que acompaña a una mañana fría, destemplada, cercada por proyectos, obligaciones, responsabilidades, pero que termina, de alguna forma, estabilizándose, tomando forma, pasando de arcilla mojada a jarrón, y terminas tomando las riendas y encarando el futuro con manos ansiosas de moldear tus días y tu destino.

Preferiría vivir en viernes, porque dejaría atrás cada día las preocupaciones y los ratos de nervios para sumergirme en la sencillez de una pinta de cerveza, en la promesa de un momento de tranquilidad, en un siempre estáis ahí. En un reencuentro con aquellos que quieres y que no ves por x o por y y sin embargo nunca dejan de abrirte las puertas.

Preferiría vivir en un sábado, incluso en un sábado tranquilo. Preferiría vivir en una cena, en el silencio que da el ruido, en un brindis que preceda a la tormenta, Preferiría el caos porque estoy en mi salsa. Lo preferiría antes que el domingo. Porque no quiero pedir adiós, porque no quiero irme. No quiero tomar ese tren aún. No quiero vivir en un domingo porque aún no es hora de que lo haga.

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