domingo, 18 de mayo de 2014

Por un gritón de noches.

Hay un calendario colgado en la pared, y los días tachados marcan la distancia.
Hay una madriguera excavada en el fondo de tu cama, y el vacío en ella clama al cielo.
Hay un recuerdo de la última vez que te quejaste al dormir acompañado. Demasiado calor, demasiado incómodo.

Hay una odisea helénica tras cada uno de los suspiros que envías de expedición y nunca vuelven. Una melodía funeraria por cómo me miras al entrar en el bar y lo poco que dura esa mirada. Y las ganas de huir se acrecentan cuando más observas a tu alrededor.

Hay civilizaciones que nacen jóvenes en tus ojeras y se derrumban en segundos. Una invasión bárbara en cada una de tus neuronas y alojada en el café, desde la primera hasta la quinta taza diaria. En ese temblor al derramar el azúcar, dices, hay un quejido de las emociones que se desgarran dentro de ti, monótonamente, como una caricia de despedida.

Hay un halago monocorde al que no sabes contestar y llamadas anónimas que cuelgan demasiado pronto. Una indecisión flotante tras el murmullo de los tictacs, la falta de tiempo, los nervios, las fechas, los años que no cumples, los aniversarios que nunca borrarás, el calor que se alojaba en tu cama, aquel al que tanto odiabas, y que ahora que lo esperas no piensa volver.

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