miércoles, 16 de mayo de 2012

Somos esclavos atados por cadenas invisibles. Cadenas que nosotros mismos creamos y forjamos día a día, con eslabones tan resistentes como el metal más duro conocido. Y una vez nos movemos un poco en el cubil nos damos cuenta de que estamos atrapados. De que la libertad pasa a ser una cruel fábula.
Muchas veces llevamos una de las peores cadenas en nuestras propias muñecas, cadenas con manecillas o números digitales, un torrente de tictacs que portamos con nosotros. El tiempo es la peor cadena.

Algunos no podemos dejar de suscribir el viejo dicho de que el tiempo es oro. De que se escurre por el orificio de la clepsidra como granos de arena, de que cada minuto más es un minuto menos y que ello convierte los momentos en únicos, sí, pero también en irrecuperables.

Hay simplemente demasiado que hacer. Vivimos atenazados por trabajos, estudios, salud, mentiras y tonterías sin pensar que el final se acerca. Quizás en ochenta años, quizás mañana. Sólo el azar lo sabe, y probablemente no lo tenga del todo claro.

Sudamos sangre por encontrar el momento adecuado, por aprovecharlo, esperamos a que llegue, perdemos tiempo, tiempo que nunca ganaremos otra vez. Una y otra cadena nos ata al suelo.

Sólo podemos ser juiciosos, aprender y no errar los tiros. Y si los erramos, no fallar por segunda vez. Porque la gente perdona, pero el tiempo no lo hará. Suerte.

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