sábado, 5 de mayo de 2012

Agente doble.

Tengo dos caras. La de la ira y la del amor. Dos caras llevo siempre puestas, y por ello me reconoceréis. La cara de la calma, la pereza, tumbarse y que el tiempo pase mientras me mantengo al margen. La cara de la prisa, la del maníaco, el estrés, las obsesiones, los hilos de hierro que atan todo aquello que toco.
La cara del amor, de esos besos que poco a poco quedan atrás, de las caricias, de la sonrisa estúpida dibujada en mi cara. La cara de la ira, el ceño fruncido, las miradas que carbonizan montañas, la rabia, la impotencia.
La cara de la compañía, sentirme parte de algo, la gente, su calor, el afecto, el entrechocar de las jarras de cerveza, la risa en el nacer de la garganta, siempre a punto de salir, el abrazo de amigo, el "esto hay que repetirlo"; la cara de la soledad, de sentirme el agujero del culo del mundo, de la desolación y el hundirse lentamente sin manos cercanas a las que agarrarse, de sentir que vas en contra de ti mismo estando solo y ese mero hecho sea más de lo que puedes soportar.

Las dos caras, la moneda que gira y cae a cara o cruz en una apuesta a todo o nada, la dualidad inherente a mí, las dos partes de mi alma resquebrajada y usada por demasiado tiempo. La tragicomedia dual que no tiene telón de principio ni de final. Y nunca lo tendrá.
El sol da paso a la luna, comienza la noche, la cara luminosa desaparece y aparece la oscura.

Bienvenidos al baile de máscaras.

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