domingo, 20 de marzo de 2016

this is how we walk

No sabes qué escribir a veces porque tienes la sensación de que no tienes nada que contar. Cuando tu vida es cíclica y eres un ratón en su rueda nada parece ser nuevo y cada momento es una copia del anterior. Una burda copia, hecha por un falsificador aficionado, como si cada repetición fuese peor y más estúpida que la anterior.

Antes escribía para buscar algo, puede que placer, o confort, o una sensación de seguridad al plasmar los pensamientos en palabras, esa solidez que adquieren las ideas cuando las sacas del torbellino sináptico y las haces letra y roca. Bebía vino o cerveza y escribía mucho, varias noches a la semana. Intentaba acallarme por dentro gritando hacia el texto. No funcionó, y dejé de escribir. ¿Por qué? Al parecer al dirigirme a la hoja en blanco buscaba sólo autocompasión, o estética, o desgranar mi débil ego en pedazos manejables. Me aterrorizaba ahondar, buscar significados, trascender la mera e infantil ira para buscar los rincones de mí mismo que me dan miedo y asco. Nada funciona cuando te quedas en la superficie. Todo queda en intenciones estúpidas y en zonas de confort blindadas cuando no excavas más hondo.

Hay algo que he estado acallando durante años y quiere salir. Requería hacer cosas, salir de casa, sonreír más a menudo, dirigir mis energías hacia las cosas y las personas que lo merecen, buscar más el aire fresco que los antros con oxígeno viciado. Son unas ganas fuertes, Ganas de estar bien. Mejor que esta vez les haga caso.

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