domingo, 8 de julio de 2012


Decepción tras decepción tras decepción. Poco a poco ves cómo funcionan las cosas. Ves los límites y las barreras que tendrás toda la vida. 
Te das cuenta que ser ingenuo es un lujo, que nadie saca tus castañas del fuego, que nadie va a estar en tu infierno salvo tú.
Todo se ve con más claridad una vez llegas a tu lugar, y con claridad el mundo es horrible. Al mundo le sienta bien la oscuridad, una luz pronunciada que cree sombras alargadas y tenaces, que oculten lo feo, que dejen correr un telón sobre lo que nadie quiere saber. Porque saber muchas veces es sufrir.
Quisiera no saber muchas cosas. Quisiera olvidar detalles, hechos, mentiras, palabras, días enteros incluso. Pero no es posible, no somos máquinas, no podemos borrar algo que es parte de nosotros. Puede taparse la cicatriz pero nunca va a desaparecer.

Llegas a la conclusión de que quizás hay más mentiras que verdad en tu vida. Y la mentira es un excelente escudo, hasta que alguien descubra cómo romperlo. Te protege mientras sigue en pie. Te impide saber lo que no deberías saber. Por eso a veces creamos nuestras propias mentiras. Aprendemos a vivir con ellas. Tienes una mentira sobre tus padres, otra sobre tu hermana, otra sobre tus amigos. Quizás no nos las tomemos como tales, pero son mentiras. Son esas frases, esos pensamientos, esas cosas que nos hacen olvidar lo que puede ir mal, lo que fue mal, lo que irá mal. Nos ayudan a vivir. Hacen que el respirar sea más llevadero porque no tienes el bloque de hormigón que es la verdad presionándote los pulmones.

Quisiera vivir consciente de todo lo que me rodea, de cada cosa que forma parte de mi vida, sin mentira alguna. Y que la verdad no doliera ni cortara la piel como el cristal roto. Pero no es así. 

Porque tras cada decepción, cuando algo sale mal, cuando las cosas se ponen feas de verdad, intentas olvidarlo. Pero no lo olvidas. Lo ocultas. Le otorgas una etiqueta de "no ha salido tan mal", "pasó lo que tenía que pasar", "no tiene importancia" y con ello nace una nueva mentira. Y la mentira te gobierna, te ata como un títere, te tapa con una venda los ojos, por tu bien, para que no sufras. Pero cuando te das cuenta de que es sólo eso, una puta mentira, todo cobra otro sentido. Y sufres.

Ojalá pudiera vivir de otra forma. Pero hoy por hoy no lo veo posible.

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