miércoles, 18 de julio de 2012

Noche.


Como una lluvia sucia acudió la oscuridad sobre el Bastión, relegando al Sol al rol de durmiente, sumiendo el lugar en sombra y crepúsculo. Se renovaron los turnos de guardia y los vigilantes apuraban el último sorbo de la jarra para ir a situarse en las puertas. Eructando, arrastrando las botas viejas, recogiendo de la armería un rifle polvoriento y parcialmente oxidado que se encasquillaba a los dos disparos. Se cerraba la reja de la entrada, se quedaban de pie, encendían un pitillo y el humo se mezclaba con la humedad nocturna creando volutas ascendentes. Y de alguna forma, la fortaleza parecía adquirir una vida renovada, continuaban los gritos en la taberna ahora que llegaban los anteriores vigilantes a echar nuevos tragos, se encendían velas en las habitaciones de los pisos superiores, alguien se echaba a dormir y, acogido por el lecho, emitía ronquidos de oso.

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