viernes, 1 de junio de 2012


Anoche no dormí. Media vuelta sobre las sábanas. Sudor. Apartar la manta, una brisa inexistente no corre. Sudor. Calor. Cuatro paredes y una oscuridad tan densa que me obligaba a mantener los ojos abiertos.
Tuve tiempo de sobra para pensar, digamos, horas y horas. Pensé en ti, en mí. Sobre todo pensé en mí. Pensé en mi cubo de basura, lleno hasta los topes. A veces la vida es tan sabia que te ahorra las alegorías plantándotelas en tus mismas narices.

Soy una parodia de mí mismo. Al tiempo que lo escribo la palabra parodia me parece pretenciosa. Demasiadas letras dedicadas a mí. No soy merecedor.

Soy un rastro de cenizas que esperaron al último día a ser llevadas por el viento, un manojo de culpas incubadas en un cuarto oscuro, una escoba hecha añicos que alguien dejó en el armario por si servía para limpiar cuando sabían que se rompería en manos del primer barrendero que pasara.

Soy ese pescador que se vanagloriaba de su valentía, diciendo que él siempre sería el último en abandonar el barco si el naufragio acechase. Sin embargo el pescador se sentaba a esperar, y durante el naufragio, durante el vocerío, durante la desesperación y el pánico y el agua salada y burbujeante a la altura de las rodillas se sentaba, no achicaba agua, no gritaba, ni siquiera mirada la brecha abierta como una obscena cicatriz en la quilla del barco, sólo decía: "Vamos a morir igualmente. ¿Por qué intentarlo?".
Y pese a ello el pescador parecía creer firmemente en que no abandonar el barco le confería alguna especie de superioridad moral, algo que le convertía en un centro de aquel mundo ahogador y de bravío oleaje durante unos minutos, o segundos, o para la eternidad. Al final fue pasto de los mismos peces que sus compañeros. Tan idiota como el resto, pero no más valiente. No más sabio. Y desde luego, no mejor.

Ni merezco el "soy" ni una primera persona, ni me he ganado la eternidad. Vengo del mismo polvo que todos y por mi propia mano me convertiré en un polvo inferior a aquél del que procedo. Porque no nos engañemos, el pescador no dejó de ser un ignorante incluso cuando el agua le llegaba por la nuca. ¿Seré yo distinto?

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