miércoles, 21 de diciembre de 2011

blindfold

Soy miope.
Desde pequeño sé que, al igual que tantas otras personas, si me quito las gafas voy a verlo todo borroso. Todo aquello que se aleje de una distancia determinada va a aparecer en mi cerebro cubierto por una fina niebla, desdibujado, poco nítido. A más de dos metros me cuesta reconocer una cara.
No se trata de ninguna catástrofe, pero este tipo de cosas dan cierto reparo. Pensar que irás por la calle a tu bola y que no podrás leer carteles, que no reconocerás a varios conocidos que probablemente se te queden mirando en busca de un saludo, que a más de cien metros no vas a ver una mierda en general.
Pues con otros asuntos ocurre algo parecido. Es como dudar. Saber que hay cosas que no sabes, incluso cosas más allá de tu comprensión, abruma. Es como ver el vaso partido de la mitad, sin lugar a poder averiguar si está medio lleno o medio vacío. Como sólo ver una de las dos caras de la moneda. En ciertos momentos, el desconocimiento incluso aterra. Piensas: si el conocimiento es poder, ¿la ignorancia es fragilidad? Y, en ese caso, ¿a quién le gusta ser frágil?
El caso es que no puedes depender de ello. De saberlo siempre todo. De conocer cada detalle y proponerte a ti mismo la tara de que no puedes decidir sin tener toda la información. Pretender que no vas a tener nunca dudas. Sería absurdo.
No hay más remedio que echar de coraje y avanzar, sin miedo. Después de todo la probabilidad de error no es tan alta. Y si se da, podrás soportarlo. Pero la duda es una tortura mucho peor.
Reventemos las dudas. Amontonémoslas y que se quemen hasta que la ceniza se apague. Vayamos a lo loco, joder, divirtámonos. Hagamos las cosas fáciles. Después de todo, cruzar la calle sin ver una mierda tiene su morbo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores