sábado, 3 de diciembre de 2011

Todo empieza con el primer trago. Un sorbo del vaso de cerveza que tu padre te ofrecía con la mano tendida. Un líquido amargo resbalándose por tu lengua, directamente hacia tu garganta.
Y carraspeas. Qué amargo es esto, joder, piensas y dices. No sé cómo os gusta.
Curiosamente tiempo después algún amigo te convence para ir a hacerte una birra a cualquier garito. Vas, pides la caña, te sirven un espumoso cáliz que tu amigo se afana en apurar. Y sonríes. Charlas. Bebes. Te gusta lo que sientes, esa calidez, ese casi imperceptible atontamiento que ataca tu cabeza con tanta delicadeza que dejarías que te hiciese lo que quisiera.
Poco o mucho después cae esa primera copa. Ese cubata preparado con prisas y torpeza en un descampado, dos dedos de vodka, dos cubitos de hielo de esos que te dejan los dedos entumecidos, un largo chorro de Fanta color moco. Poco cargado, que no quiero acabar mal, dices.


Y la dosis va aumentando. Te enamoras por primera vez. Descubres un reino nuevo, donde el rey es la copa que sostienes en tu mano y tú eres el príncipe que hace eses en la calle, cumpliendo sus designios.
Adoras esa desinhibición, ese suave mareo que mece tus neuronas, esa sensación de placer fresco y sabroso que acaricia tus circuitos dopaminérgicos. Como Ulises, empiezas tu Ilíada, navegando entre océanos de alcohol y luchando contra sirenas tan borrachas como tú.


Y sigues así, quizás acabes vomitando más de una vez, quizás hagas que tus amigos te arrastren hasta casa, pocas o muchas veces, o quizás te toque a ti ser la niñera de cualquier amigo que atravesó ese límite de copazos que el hígado nos marca con una línea de bilis.


Pero realmente no importa. Las ventajas suelen superar a los inconvenientes. Y aunque algunas veces digas que dejas de beber, en realidad sigues enamorado. Casado con la cerveza, el vodka, la ginebra, el whisky escocés, el pacharán, el anís, la mistela, el licor de hierbas. Así que ajustas tu anillo de compromiso, te acercas el vaso a los labios y dejas, una vez más, que entre en tu caverna el dios alcohol, que se entregue contigo a una sesión de onanismo de sabores, olores y tragos casi ininterrumpidos.


Venga, bebamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores