martes, 13 de diciembre de 2011

Viento

Amanece a golpe de vendaval en la ventana. Los cristales temblando lánguidamente mientras el viento allá fuera estalla con fuerza.
Te vistes, te lavas los dientes, pones música en tus oídos mientras el ascensor acude a tu llamada, sales de casa con los pies rápidos.
Tus retinas captan cada hoja solitaria que planea, cada sacudida que el viento produce en las ramas esqueléticas de hoja perenne, soltando barcas verdes que se alejan mecidas por el viento. El folk suena en tu cerebro y guía tus piernas al paso.
Adoro el viento. Suelo odiar todo aquello que rompa el orden, todo aquello que perturbe ese frágil equilibrio que mantengo en mi mente, todo lo que me moleste y saque de una rutina o un plan previamente escogido. Pero el viento es distinto. Es un caos tan puro...masas de aire subiendo y bajando, intercambiando su lugar como bailarines etéreos, haciendo temblar el mundo con su baile.
Y tú caminas en mitad de aquel túnel de aire, observando sus efectos. Las hojas voladoras. Las ramas moviéndose violentamente, incluso las caídas. Todo impregnado de dinamismo y un fresco roce que alborota tu pelo y te desmonta la bufanda y la chaqueta.
Y caminas. Al son del viento.

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