domingo, 19 de enero de 2014

Pana po'o

Él ríe y llora. Y por cada segundo de risa, parece que una puerta se abre.
Por cada lágrima, se cierra otra.

Y a nadie le importa él, allí, el centro pequeño y calmado del concierto, como un Buda contemporáneo que derrama licor por el gaznate a cada momento. Y se siente un vórtice, un remolino de aguas oscuras, una válvula de escape al máximo de su presión. Una catarsis contenida en cada gota, en cada mirada, en cada ponme una copa y quítame esas penas.

Se siente parte de una obra deprimente donde cada actor es una marioneta de trapo. Donde cada nota de música es una vaharada de humo de tabaco lanzada al aire, arrojada con ilusión, intentando cazar, qué se yo, pájaros nocturnos, o quizá uno de esos sueños que trepan a los árboles y se alejan de la vista.

Por momentos su mente parece fluir, como un torrente, una turbulencia desasosegada, y se aleja, escapa por sobre los techos de la casa, busca una cara amable desde las estrellas.

Busca en vano.

Él sigue siendo el centro. El centro de sí mismo, de aquel caos entre cuatro paredes, entre dos piernas y dos brazos, cubierto de hueso y piel, sin rumbo fijo, vagabundeando entre ciudades y sentimientos encontrados.

Echa algo de menos. Se rasca el cerebro por dentro tratando de recordar. El vacío devuelve las llamadas con un eco insondable, que choca contra las paredes y lo marea.

Devuelve la mirada a la copa, y el hielo solitario, sin bebida, lo observa también.

Ha sido una noche corta.

1 comentario:

Seguidores