viernes, 10 de enero de 2014

Ya no nos quedan veranos para correr. Se han evaporado piscinas y piscinas, y sólo queda vapor. Vapor que cae como rocío cruel y frío y lo sepulta todo bajo escarcha.
Ya no quedan mensajes cómplices, ni miradas con significado. El cartero ha cogido todas las cartas y las ha lanzado al fondo del río. Poco queda ya y lo que queda es puro lecho de torrente, pura roca madre, impenetrable, insalvable.

Sólo queda seguir. Encontrar caminos donde las espinas dejen pasar y si no abrirse paso a machetazos. Seguir, volver atrás, encontrar un nuevo camino, seguir adelante, sortear el laberinto como un niño con un bolígrafo. Quizá sentir. Sentir algo. Pensar que debajo de la roca queda un ascua que late, aunque sea a duras penas.

Pensar que ríos de lágrimas y sudor han quedado enterrados me sumerge en recuerdos antiguos, en frustraciones que intentas ocultar y empujas hacia el fondo del baúl mientras con la tapa intentas pisarle los dedos. Pensar que el siempre pasó a significar nunca, y que las noches ya sólo significan eso, noches.

Puede que al final del camino haya una respuesta, tras exámenes, pruebas, silencios sostenidos en lugares comunes, ilusiones conducidas por caballos rabiosos.

O puede que haya una jarra de cerveza, algo así como una respuesta a medias. Y quién sabe, igual llegamos y no hay nada. Y hay que volver a empezar. Por enésima vez.

Habrá que comprobarlo.

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