domingo, 22 de enero de 2012

Frío. Ni una sola gota de sangre en la punta de los dedos, que se tornan gélidos y quebradizos. Una sensación que destempla cada palmo de tu cuerpo y te aplasta como una losa. Una condena sin llave que la abra, un sentimiento de soledad inexpugnable, un deseo incumplido de gritar hasta que tu garganta sangre. Una cuerda en el cuello que te cuelga del techo y te deja morir en una sala vacía.

Una defunción solitaria, simple, sin luto ni repercusión. Un telón corrido que nadie verá.

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